Los duelos en el s. XIX
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Los duelos en el s. XIX
Debido a que la información está extraída de un artículo (excelente, por cierto) bastante extenso, he resumido las partes y aún así se ha quedado algo largo. Es por ello por lo que voy a dividir este hilo por capítulos y aunque os pido de antemano perdón por su longitud, me ha resultado demasiado tentador no contaros lo más interesante. Aqui teneis el Texto íntegro I y II de Inmaculada Barriuso Arreba sobre la Pieza del Mes. Sala 38 NOVIEMBRE / 2004
HILOS RELACIONADOS:
El duelo como reparador del honor
La normativa: los códigos de honor
El duelo a pistola
La celebración del duelo: procedimiento y etiqueta
Avatares duelísticos
Duelo y periodismo
Aristócratas duelistas
Voces contra el duelo
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LAS PISTOLAS DE DUELO
Las pistolas de duelos se fabricaban siempre por pares y se presentaban y ponían a la venta en estuches de madera que contenían múltiples accesorios para la carga, manejo y limpieza de las mismas (un cebador, un molde para fundir las balas de plomo, una varilla de madera para cargar las armas ante la carga, un mazo de madera y un pincel para limpiar los restos de pólvora, papel para munición, balas de plomo…). En sus inicios, todas las piezas de las pistolas de duelo fueron trabajadas a mano por artesanos, posteriormente fueron realizadas por talleres o firmas comerciales. El elevado precio de las cajas hacía que sólo pudieran ser adquiridas por clientes con cierto poder económico, por lo que la posesión de estos objetos llegó a ser indicio de alto status social.
La incorporación de la máquina a su fabricación permitió que las piezas pudieran ser intercambiables. La mayoría de estas pistolas se pavonaban para evitar que los reflejos de la luz sobre el metal fueran divisados por el adversario.
HILOS RELACIONADOS:
El duelo como reparador del honor
La normativa: los códigos de honor
El duelo a pistola
La celebración del duelo: procedimiento y etiqueta
Avatares duelísticos
Duelo y periodismo
Aristócratas duelistas
Voces contra el duelo
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LAS PISTOLAS DE DUELO
Las pistolas de duelos se fabricaban siempre por pares y se presentaban y ponían a la venta en estuches de madera que contenían múltiples accesorios para la carga, manejo y limpieza de las mismas (un cebador, un molde para fundir las balas de plomo, una varilla de madera para cargar las armas ante la carga, un mazo de madera y un pincel para limpiar los restos de pólvora, papel para munición, balas de plomo…). En sus inicios, todas las piezas de las pistolas de duelo fueron trabajadas a mano por artesanos, posteriormente fueron realizadas por talleres o firmas comerciales. El elevado precio de las cajas hacía que sólo pudieran ser adquiridas por clientes con cierto poder económico, por lo que la posesión de estos objetos llegó a ser indicio de alto status social.
La incorporación de la máquina a su fabricación permitió que las piezas pudieran ser intercambiables. La mayoría de estas pistolas se pavonaban para evitar que los reflejos de la luz sobre el metal fueran divisados por el adversario.
Última edición por Lady Áyden el Vie Oct 08, 2010 11:58 am, editado 1 vez
Lady Áyden Norwich- Admin
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El duelo como reparación del honor
EL DUELO COMO REPARACIÓN DEL HONOR
El concepto del duelo moderno cobra forma en la Europa de los siglos XVI y XVII. Al parecer, fue formulado y elaborado por primera vez en Italia, y rápidamente adoptado en Francia, cuyos soldados habían librado tantas campañas en suelo italiano; más tarde se extendería por toda Europa. Su nombre, duelo, procede del término latino duellum -guerra- empleado en época medieval para los juicios por combate; en la Edad Moderna pasaría a designar el enfrentamiento entre dos hombres.
En su acepción hoy más conocida, el duelo se revistió de un carácter íntimamente ligado al concepto de honor. El Conde Enrique Coudenhoue, en su obra El Minotauro del Honor, lo definía como el combate con armas homicidas entre dos personas, celebrado delante de testigos para ofrecer o recibir una satisfacción de una injuria hecha al honor, otros autores precisaban su carácter de combate emprendido entre dos o más personas con autoridad privada y precedido de reto o desafío.
La práctica del duelo estuvo ligada a los estamentos sociales privilegiados. Condenado por las autoridades civiles y eclesiásticas, al margen de la ley, el duelo era admitido entre aristócratas, militares, políticos, periodistas..., como un medio para solventar cuestiones de honor privadas o colectivas, que las leyes, en su opinión, no podían resolver. En su concepción del mundo y de la existencia, el honor, la honra y la propia estima eran valores que se situaban por encima de las leyes humanas y divinas.
En el siglo XK el duelo se convirtió en un acto recurrente con el que responder a las ofensas contra el honor, tales como la insidia -palabras o acciones malintencionadas-, la calumnia, la injuria, el libelo -escrito en que se difamaba o denigraba a alguien-, o la broma mal interpretada. Llegó a ser preceptivo que quien recibiera una ofensa de tal calibre, exigiera satisfacción a la misma, y retara al ofensor en duelo, única salida honorable en estas situaciones. Enfrentarse a un lance, correr el riesgo de perder la vida por salvaguardar el honor, y afrontarlo con dignidad suponía acreditarse ante la opinión pública como persona sin miedo y sin tacha. Los escrúpulos morales, la ética, los principios religiosos no eran excusa suficiente para rehusar un desafío. El duelo era en realidad una forma extrema de coacción social sobre el individuo: rechazar un desafío equivalía a enfrentarse al estigma de la «deshonra» social.
Europa conoce en el siglo XIX el arrollador influjo del Romanticismo, con su rechazo a la moral de la época y su exaltación de la individualidad, de las pasiones exacerbadas; esta corriente emocional valorará los gestos sublimes ante la muerte; morir por la defensa de una pasión, o de una cuestión de honor era un gesto que debía revestirse de suprema dignidad. En España, conmovida en este siglo por revoluciones, guerras civiles y pronunciamientos, la muerte se hizo un suceso cotidiano. En una centuria tan convulsa y caído en descrédito el valor de la vida humana, el duelo pasó a ser el último arbitraje para cuestiones en las que el honor estuviera en entredicho. A partir de la tercera década del siglo, los lances de honor conocerán su «edad de oro».
El concepto del duelo moderno cobra forma en la Europa de los siglos XVI y XVII. Al parecer, fue formulado y elaborado por primera vez en Italia, y rápidamente adoptado en Francia, cuyos soldados habían librado tantas campañas en suelo italiano; más tarde se extendería por toda Europa. Su nombre, duelo, procede del término latino duellum -guerra- empleado en época medieval para los juicios por combate; en la Edad Moderna pasaría a designar el enfrentamiento entre dos hombres.
En su acepción hoy más conocida, el duelo se revistió de un carácter íntimamente ligado al concepto de honor. El Conde Enrique Coudenhoue, en su obra El Minotauro del Honor, lo definía como el combate con armas homicidas entre dos personas, celebrado delante de testigos para ofrecer o recibir una satisfacción de una injuria hecha al honor, otros autores precisaban su carácter de combate emprendido entre dos o más personas con autoridad privada y precedido de reto o desafío.
La práctica del duelo estuvo ligada a los estamentos sociales privilegiados. Condenado por las autoridades civiles y eclesiásticas, al margen de la ley, el duelo era admitido entre aristócratas, militares, políticos, periodistas..., como un medio para solventar cuestiones de honor privadas o colectivas, que las leyes, en su opinión, no podían resolver. En su concepción del mundo y de la existencia, el honor, la honra y la propia estima eran valores que se situaban por encima de las leyes humanas y divinas.
En el siglo XK el duelo se convirtió en un acto recurrente con el que responder a las ofensas contra el honor, tales como la insidia -palabras o acciones malintencionadas-, la calumnia, la injuria, el libelo -escrito en que se difamaba o denigraba a alguien-, o la broma mal interpretada. Llegó a ser preceptivo que quien recibiera una ofensa de tal calibre, exigiera satisfacción a la misma, y retara al ofensor en duelo, única salida honorable en estas situaciones. Enfrentarse a un lance, correr el riesgo de perder la vida por salvaguardar el honor, y afrontarlo con dignidad suponía acreditarse ante la opinión pública como persona sin miedo y sin tacha. Los escrúpulos morales, la ética, los principios religiosos no eran excusa suficiente para rehusar un desafío. El duelo era en realidad una forma extrema de coacción social sobre el individuo: rechazar un desafío equivalía a enfrentarse al estigma de la «deshonra» social.
Europa conoce en el siglo XIX el arrollador influjo del Romanticismo, con su rechazo a la moral de la época y su exaltación de la individualidad, de las pasiones exacerbadas; esta corriente emocional valorará los gestos sublimes ante la muerte; morir por la defensa de una pasión, o de una cuestión de honor era un gesto que debía revestirse de suprema dignidad. En España, conmovida en este siglo por revoluciones, guerras civiles y pronunciamientos, la muerte se hizo un suceso cotidiano. En una centuria tan convulsa y caído en descrédito el valor de la vida humana, el duelo pasó a ser el último arbitraje para cuestiones en las que el honor estuviera en entredicho. A partir de la tercera década del siglo, los lances de honor conocerán su «edad de oro».
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La normativa sobre el duelo: Los códigos de honor
LA NORMATIVA SOBRE EL DUELO: LOS CÓDIGOS DE HONOR
El auge de los desafíos estimuló el desarrollo de la literatura sobre el duelo. En Europa se multiplicaron los Códigos de honor que pretendían guiar y reglamentar todos los aspectos concernientes a los duelos. Curiosamente, todos ellos se encontraban en la más absoluta «alegalidad»: regularizaban el ejercicio de actos perseguidos y castigados por la ley, y sin embargo, contradictoriamente, adoptaban en su redacción el uso de un articulado propio de los textos legales, sus normas se enumeran siguiendo un orden correlativo de artículos. Paradójicamente, se publicaban en ediciones que veían la luz tras ser elaboradas por las imprentas más afamadas, y no de forma clandestina.
Entre los códigos europeos más destacados y recomendados en España, citamos las obras de Croaban, La Science du Point d'Honneur, y el importante Ensayo sobre el duelo del Conde de Chateauvillard, aparecido en 1836 y traducido al español; esta obra actualizó normas, reglamentos y protocolos e inspiró los códigos redactados en Alemania, Italia Austria... así como los escritos españoles sobre el duelo, entre ellos los de Iñíguez, Ofensas y Desafíos, y el más afamado en nuestra Península, el titulado Lances entre caballeros, cuyo autor, don Julio Urbina y Ceballos-Escalera, marqués de Cabriñana del Monte, era considerado la máxima autoridad a la que acudir para decidir cualquier aspecto a la hora de concertar un desafío. Esta obra se convirtió en la Biblia de los lances de honor, un catecismo de caballerosidad que guió la celebración de numerosos duelos.
Dichos códigos clasificaban el tipo de ofensas que podían originar un duelo. Éstas podían ser leves, graves y gravísimas.
Es normal que los códigos enumeren los Privilegios del ofendido; quien recibe una ofensa grave tiene derecho a la elección de las armas y clase de duelo. En las ofensas dirigidas a una colectividad, uno de los afectados asumirá la defensa del grupo. También se delimita quién puede batirse en duelo.
La minuciosa casuística llega a contemplar Excepciones por enfermedad o incapacidad física:
Muy distintas son las «Excepciones por indignidad», reveladoras de la mentalidad de la época.
El auge de los desafíos estimuló el desarrollo de la literatura sobre el duelo. En Europa se multiplicaron los Códigos de honor que pretendían guiar y reglamentar todos los aspectos concernientes a los duelos. Curiosamente, todos ellos se encontraban en la más absoluta «alegalidad»: regularizaban el ejercicio de actos perseguidos y castigados por la ley, y sin embargo, contradictoriamente, adoptaban en su redacción el uso de un articulado propio de los textos legales, sus normas se enumeran siguiendo un orden correlativo de artículos. Paradójicamente, se publicaban en ediciones que veían la luz tras ser elaboradas por las imprentas más afamadas, y no de forma clandestina.
Entre los códigos europeos más destacados y recomendados en España, citamos las obras de Croaban, La Science du Point d'Honneur, y el importante Ensayo sobre el duelo del Conde de Chateauvillard, aparecido en 1836 y traducido al español; esta obra actualizó normas, reglamentos y protocolos e inspiró los códigos redactados en Alemania, Italia Austria... así como los escritos españoles sobre el duelo, entre ellos los de Iñíguez, Ofensas y Desafíos, y el más afamado en nuestra Península, el titulado Lances entre caballeros, cuyo autor, don Julio Urbina y Ceballos-Escalera, marqués de Cabriñana del Monte, era considerado la máxima autoridad a la que acudir para decidir cualquier aspecto a la hora de concertar un desafío. Esta obra se convirtió en la Biblia de los lances de honor, un catecismo de caballerosidad que guió la celebración de numerosos duelos.
Dichos códigos clasificaban el tipo de ofensas que podían originar un duelo. Éstas podían ser leves, graves y gravísimas.
El que toca, pega, aunque la gravedad de la ofensa no sea proporcionada a la fuerza del golpe.Leves eran las que afectan al amor propio, a la delicadeza o a la susceptibilidad del agraviado; graves o injuriosas las que atacaban al crédito, al honor de las personas honradas, y gravísimas las que se inferían llegando a «vías de hecho» contra el ultrajado; por éstas se entendía todo movimiento, todo contacto material de un cuerpo contra un individuo (una bofetada, un bastonazo, el lanzamiento de una botella o de un guante y el agarrar a un caballero por las solapas constituyen ofensas gravísimas).
Es normal que los códigos enumeren los Privilegios del ofendido; quien recibe una ofensa grave tiene derecho a la elección de las armas y clase de duelo. En las ofensas dirigidas a una colectividad, uno de los afectados asumirá la defensa del grupo. También se delimita quién puede batirse en duelo.
El carácter personalísimo de las ofensas exige el enfrentamiento del propio ofendido; no obstante, un hijo puede sustituir a su padre sexagenario o enfermo, y un nieto a su abuelo, si éste no tiene hijo para representarle. El padre puede ocupar el puesto del hijo menor de 20 años, y el hermano el de un hermano de avanzada edad. Si el duelo implica la defensa de una mujer, el padre puede ser el adalid de la hija ofendida o insultada, el hijo convertirse en paladín de la madre, el hermano de la hermana y el marido de la mujer.
La minuciosa casuística llega a contemplar Excepciones por enfermedad o incapacidad física:
los miopes deberán o no batirse según la cantidad de vista que conserven a juicio de un oculista. Los tuertos están en perfectas condiciones de batirse a sable, espada o pistola a la voz de mando y a la señal. Los sordos no pueden batirse a pistola a la voz de mando, que debe sustituirse por palmadas o señales visuales o, si su sordera es total, por toques de un instrumento musical grave o por detonaciones de armas de fuego producidas en la cercanía del sordo. Los cojos no pueden ni deben batirse con arma blanca, si bien los mancos del brazo izquierdo pueden batirse a espada o sable. La obesidad, la joroba y otras deformidades que no impidan por completo el manejo de las armas no pueden ser, para los ofensores, causa de excepción para batirse.
Muy distintas son las «Excepciones por indignidad», reveladoras de la mentalidad de la época.
Son calificados de «indignos», y por tanto, descalificados para batirse: el que es público y notorio que se ha entregado a vicios sodomíticos, el que vende su propia honra, la de su esposa o su hija, el que ha sufrido condena por motivos deshonrosos, como falsificación, cohecho, prevaricación, el traidor a la patria, el asesino, perjuro, espía, fullero, el que es arrojado de un círculo de sociedad por motivos vergonzosos, el matón o baratero de oficio; el que vive a costa de la prostitución, del juego o dé la usura y, en general, el que prescinde de las leyes del honor aunque se halle admitido en la buena sociedad y, por las apariencias externas, pudiera pasar por un caballero; los padrinos habrán de disipar las dudas sobre la dignidad del antagonista.
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El duelo a pistola
EL DUELO A PISTOLA
La pistola se perfeccionó con las continuas guerras en Europa. Con el advenimiento de la era industrial la pistola era un signo de modernidad. Como armas especializadas, las pistolas de duelo salieron al mercado en la década de 1770. Muestra de la ambigüedad de las actitudes legales y sociales era que, aunque casi todos los países poseían leyes contra el duelo, estas armas pudieron fabricarse y venderse sin problema. En los desafíos, y comparada con la espada, la pistola en cierta forma igualaba a los contrincantes. La esgrima se había convertido en un arte tan especializado que un principiante tenía pocas posibilidades de éxito. Sin embargo, cualquiera que supiera apretar un gatillo podía ser un duelista, y cuanto más corta era la distancia, más oportunidades tenía el aficionado de dar en el blanco. Con las armas de fuego había que mantener los duelos casi en secreto: no se podían llevar a cabo en la calle, como una lucha a espada, a causa del ruido y el riesgo para los viandantes. Las pistolas contribuyeron, sobre todo, a que el duelo se ritualizara.
Generalmente, los duelos se realizaban a espada, a sable, o a pistola; los códigos de honor recogían la reglamentación para cada caso. El duelo a pistola solía concertarse según la gravedad de la ofensa. Podía pactarse un Duelo al primer disparo, en el que el honor quedaba salvo disparando al aire o con puntería alta. En el Duelo a primera sangre, el lance se interrumpía a la más leve herida de uno de los contrincantes. Finalmente, en el Duelo a muerte, las armas se cargaban y se disparaban hasta la muerte de uno de los duelistas.
Los códigos mencionan los «duelos excepcionales», estimados propios de ilusos o de «matones» profesionales.
La pistola se perfeccionó con las continuas guerras en Europa. Con el advenimiento de la era industrial la pistola era un signo de modernidad. Como armas especializadas, las pistolas de duelo salieron al mercado en la década de 1770. Muestra de la ambigüedad de las actitudes legales y sociales era que, aunque casi todos los países poseían leyes contra el duelo, estas armas pudieron fabricarse y venderse sin problema. En los desafíos, y comparada con la espada, la pistola en cierta forma igualaba a los contrincantes. La esgrima se había convertido en un arte tan especializado que un principiante tenía pocas posibilidades de éxito. Sin embargo, cualquiera que supiera apretar un gatillo podía ser un duelista, y cuanto más corta era la distancia, más oportunidades tenía el aficionado de dar en el blanco. Con las armas de fuego había que mantener los duelos casi en secreto: no se podían llevar a cabo en la calle, como una lucha a espada, a causa del ruido y el riesgo para los viandantes. Las pistolas contribuyeron, sobre todo, a que el duelo se ritualizara.
Generalmente, los duelos se realizaban a espada, a sable, o a pistola; los códigos de honor recogían la reglamentación para cada caso. El duelo a pistola solía concertarse según la gravedad de la ofensa. Podía pactarse un Duelo al primer disparo, en el que el honor quedaba salvo disparando al aire o con puntería alta. En el Duelo a primera sangre, el lance se interrumpía a la más leve herida de uno de los contrincantes. Finalmente, en el Duelo a muerte, las armas se cargaban y se disparaban hasta la muerte de uno de los duelistas.
Los códigos mencionan los «duelos excepcionales», estimados propios de ilusos o de «matones» profesionales.
Son los concertados con otras armas que la espada, el sable o la pistola; estrafalarios eran los concertados a caballo con cualquier arma, aquéllos en que se utilizara carabina, fusil o machete; los duelos con armas en ambas manos, y los que permitían herir al adversario caído o desarmado. Eran impropios los lances a pistola convenidos a distancias inferiores a quince pasos o con una pistola en cada mano, con una cargada y otra descargada. No eran propios de caballeros los desafíos con hacha y los adversarios fijos al suelo, con las extremidades enterradas, así como las tradicionales y tabernarias peleas con faca o navaja, tan al uso en pueblos y suburbios.
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La celebración del duelo: procedimiento y etiqueta
LA CELEBRACIÓN DEL DUELO. EL DUELO COMO RITUAL: PROCEDIMIENTO Y ETIQUETA
Como portador de la filosofía de una dase dominante, el duelo se convirtió en un ritual; los caballeros duelistas debían estar dispuestos a luchar, pero con decoro y dignidad; tener en cuenta la opinión pública, además de los buenos modales. Los preliminares del duelo, su desarrollo y conclusión debían forzosamente revestir la apariencia de «honorabilidad».
Por lo general, cuando un caballero se sentía ofendido por las acciones o palabras de otro, disponía de un breve plazo de tiempo para encontrar y enviar a sus padrinos al ofensor. Los códigos de honor eran muy minuciosos al abordar el importante papel de los Padrinos como conciliadores, y sobre las facultades de que gozaban para exigir y conceder explicaciones, excusas o reparación por las armas. Acabó siendo una frase hecha el decir que un hombre «se ponía en manos de su padrino» o «confiaba su honor a su padrino», pues confiaba ciegamente en las decisiones de sus representantes. El ofensor disponía de un breve lapso de tiempo para encontrar padrinos que le representaran. Desde el momento en que los padrinos aceptaban su cometido, los adversarios no podían comunicarse entre sí más que por conducto de los mismos, y debían abstenerse de toda nueva provocación. Los padrinos habían de buscar inicialmente una solución pacífica, solicitando al ofensor que proporcionara excusas y explicaciones, que se retractara de su ofensa mediante un reconocimiento público que reparara el honor dañado.
Si no se lograba una respuesta satisfactoria que salvara el honor, tanto del ofensor como del ofendido, y llegados al terreno del desafío, los padrinos se daban un plazo de pocas horas para regular y ultimar los términos del lance.
Era preciso levantar acta del encuentro, en la que debían consignarse: la obra elegida como código de honor para regular las condiciones; un resumen de las circunstancias por las que se acudía al terreno de las armas; designación de ofensor y ofendido; día, hora y sitio señalados para el lance; director del combate; elección del terreno, distancias, sorteo de puestos; elección o sorteo de las pistolas, carga y precauciones a adoptar para no alterar las condiciones de fuerza y precisión de las armas; traje, reconocimiento y posición en guardia de los oponentes; tipo de duelo, lapso de tiempo concedido para hacer fuego, número de disparos, duración de los asaltos y término del combate; médicos y facultades que se les conceden para suspender o terminar el lance según la gravedad de las heridas; disposiciones a adoptar en caso de graves accidentes.
Día, hora y lugar debían guardarse en secreto; como encuentro privado y por su ilegalidad, era necesario evitar la interferencia de las autoridades policiales. Hacerse esperar en el terreno era considerado como descortesía hacia los padrinos y el adversario; pasado el cuarto de hora desde el instante señalado para el lance, podían retirase los que esperaban y levantar acta del suceso para rehusar un nuevo encuentro y dejar constancia de la indelicadeza o de la cobardía del no compareciente.
Una vez decididos, los combates se llevaban a cabo enseguida; el honor mancillado exigía una pronta limpieza; si la espera se prolongaba, podía haber indicios de que una o ambas partes dudaban. Por su carácter de privacidad e ilegalidad, los duelos solían realizarse al amanecer, sin el peligro de testigos accidentales; se buscaban los lugares recónditos, que se convertían en terrenos frecuentados para los lances.
Los duelos a pistola habían de concertarse a la voz de mando o a la señal. También se admitían, aunque fueran infrecuentes por la excesiva gravedad de las cláusulas, los duelos apuntando; a pie firme, con disparos sucesivos; a pie firme disparando a voluntad; marchando, y con marcha interrumpida. Se sorteaba quién debía disparar primero, y el tiempo que debía mediar entre la señal y el disparo; una variante consistía en que los combatientes se pusieran espalda contra espalda, se apartaran el uno del otro caminando, y a una señal se dieran la vuelta y dispararan, en cuyo caso no era probable que pudieran apuntar con tranquilidad y firmeza.
Las distancias legales aceptadas por la mayoría de los autores eran: para los duelos a la señal, de 20 a 28 metros; para los duelos a pie firme con disparos sucesivos, de 12 a 28 metros, y para los duelos marchando, de 28 a 32 metros.
La elección de pistolas debía hacerse de común acuerdo y debían ser revisadas por los padrinos. Por lo general, no debían pertenecer a ninguno de los duelistas, muchas eran compradas para la ocasión, a fin de evitar ventajas en la destreza inherente a manejar un arma conocida. Las pistolas podían ser de cañón liso o rayado, a cargar por la boca o la recámara, y habían de ser cargadas con la misma dase de munición. Se consideraban más humanitarias las de cañón liso; las de ánima rayada acentuaban la fuerza y precisión del disparo. Una vez elegidas, se precintaba la caja hasta la celebración del encuentro. Se consignaba el número de disparos realizar, computándose también los que hicieran al aire, tenidos por peligrosos, pues podían hacer blanco en alguno de los padrinos o en algún postillón de los carruajes utilizados. Como los tiradores eran a menudo inexpertos o estaban sometidos a una enorme tensión, podían errar el tiro fácilmente Si se buscaba obtener satisfacción, y no venganza, fallar no era tan importante, pero había de existir un elemento de riesgo para que el duelo fuera tomado en serio; disparar al aire podía ser un gesto generoso, pero podía interpretarse como la admisión de una equivocación. La duración del duelo era decisión de los padrinos, que podían ser contrarios a que continuara tras el primer disparo; en los últimos tiempos un padrino podía «retirar a su hombre del terreno» cuando brotara la sangre.
El traje usual para los duelos a pistola era la levita oscura o negra, sin forros especiales ni algodonados que entorpecieran el paso de los proyectiles. Antes del duelo, los padrinos examinaban la vestimenta de los duelistas. En el momento de colocarse en sus puestos, se aconsejaba a los adversarios que se levantaran el cuello del sobretodo para ocultar el blanco de la camisa, excelente punto de mira para dirigir el disparo. Los combatientes estaban autorizados a permanecer cubiertos durante el combate. Colocados los duelistas en sus puestos, el juez de campo, dirigiéndose a ellos, podía pronunciar palabras similares a éstas:
Si uno de los adversarios disparaba antes de lo convenido era considerado un hombre sin fe, y si mataba, se le juzgaba un asesino, descalificándosele para volver a intervenir como adversario o padrino en ningún lance de honor. Si ninguno de los combatientes resultaba herido, el duelo podía continuar, volviendo a cargar las armas, o bien se daba por terminado, según el número de disparos acordados.
Los duelos a pistola podían llegar a concertarse en condiciones sumamente graves. Por ejemplo, el cambio de cuatro balas a quince pasos de distancia disponiendo de un minuto para apuntar era tremendamente arriesgado. Los adversarios debían hacer gala de buen temple o autocontrol para conservar una apariencia tranquila antes del combate, especialmente en las frías horas del amanecer; con las pistolas, los hombres sufrían la tensión nerviosa de estar separados y a solas. El combatiente no sólo tenía que arriesgar su vida, debía hacerlo con serenidad, con aire de ser tan indiferente al peligro como un oficial en la batalla; esta impasibilidad formaba parte de la puesta en escena, de los modales de la dase superior; la «indiferencia» era el sello de la buena educación.
Los duelos no solían realizarse sin la cercanía de algún médico; eran frecuentes las heridas graves, roturas de vasos, venas o arterias, con pérdida de sangre, que podían ocasionar fatales consecuencias. Podía convenirse que los médicos no fueran espectadores, para evitar que se vieran involucrados en cuestiones legales posteriores. Los padrinos no podían solicitar la presencia de un sacerdote, dado que todas las iglesias condenaban el duelo con firmeza.
Al término del combate, adversarios y padrinos debían despedirse con un ademán de cortesía. Del lance se redactaba un acta que reflejara con exactitud todo lo sucedido. Se consideraba reprochable el mantener viva una enemistad. Un hombre que hubiera dado satisfacción no debía responder de su error una vez más, del mismo modo que no podía ser llevado a juicio de nuevo con los mismos cargos. El combate y el riesgo compartido podían producir una especie de de catarsis de celos o enemistades. Se conocieron gestos de perdón a las puertas de la muerte, tras ser abatido algún contendiente por una bala. Si el hombre que tenía la razón de su parte resultaba muerto o herido, había hecho un sacrificio por la virtud; si el que caía era el ofensor, había expiado su falta. El sello definitivo de la elegancia era el derecho de los caballeros de matarse unos a otros.
Como portador de la filosofía de una dase dominante, el duelo se convirtió en un ritual; los caballeros duelistas debían estar dispuestos a luchar, pero con decoro y dignidad; tener en cuenta la opinión pública, además de los buenos modales. Los preliminares del duelo, su desarrollo y conclusión debían forzosamente revestir la apariencia de «honorabilidad».
Por lo general, cuando un caballero se sentía ofendido por las acciones o palabras de otro, disponía de un breve plazo de tiempo para encontrar y enviar a sus padrinos al ofensor. Los códigos de honor eran muy minuciosos al abordar el importante papel de los Padrinos como conciliadores, y sobre las facultades de que gozaban para exigir y conceder explicaciones, excusas o reparación por las armas. Acabó siendo una frase hecha el decir que un hombre «se ponía en manos de su padrino» o «confiaba su honor a su padrino», pues confiaba ciegamente en las decisiones de sus representantes. El ofensor disponía de un breve lapso de tiempo para encontrar padrinos que le representaran. Desde el momento en que los padrinos aceptaban su cometido, los adversarios no podían comunicarse entre sí más que por conducto de los mismos, y debían abstenerse de toda nueva provocación. Los padrinos habían de buscar inicialmente una solución pacífica, solicitando al ofensor que proporcionara excusas y explicaciones, que se retractara de su ofensa mediante un reconocimiento público que reparara el honor dañado.
Si no se lograba una respuesta satisfactoria que salvara el honor, tanto del ofensor como del ofendido, y llegados al terreno del desafío, los padrinos se daban un plazo de pocas horas para regular y ultimar los términos del lance.
Era preciso levantar acta del encuentro, en la que debían consignarse: la obra elegida como código de honor para regular las condiciones; un resumen de las circunstancias por las que se acudía al terreno de las armas; designación de ofensor y ofendido; día, hora y sitio señalados para el lance; director del combate; elección del terreno, distancias, sorteo de puestos; elección o sorteo de las pistolas, carga y precauciones a adoptar para no alterar las condiciones de fuerza y precisión de las armas; traje, reconocimiento y posición en guardia de los oponentes; tipo de duelo, lapso de tiempo concedido para hacer fuego, número de disparos, duración de los asaltos y término del combate; médicos y facultades que se les conceden para suspender o terminar el lance según la gravedad de las heridas; disposiciones a adoptar en caso de graves accidentes.
Día, hora y lugar debían guardarse en secreto; como encuentro privado y por su ilegalidad, era necesario evitar la interferencia de las autoridades policiales. Hacerse esperar en el terreno era considerado como descortesía hacia los padrinos y el adversario; pasado el cuarto de hora desde el instante señalado para el lance, podían retirase los que esperaban y levantar acta del suceso para rehusar un nuevo encuentro y dejar constancia de la indelicadeza o de la cobardía del no compareciente.
Una vez decididos, los combates se llevaban a cabo enseguida; el honor mancillado exigía una pronta limpieza; si la espera se prolongaba, podía haber indicios de que una o ambas partes dudaban. Por su carácter de privacidad e ilegalidad, los duelos solían realizarse al amanecer, sin el peligro de testigos accidentales; se buscaban los lugares recónditos, que se convertían en terrenos frecuentados para los lances.
Los duelos a pistola habían de concertarse a la voz de mando o a la señal. También se admitían, aunque fueran infrecuentes por la excesiva gravedad de las cláusulas, los duelos apuntando; a pie firme, con disparos sucesivos; a pie firme disparando a voluntad; marchando, y con marcha interrumpida. Se sorteaba quién debía disparar primero, y el tiempo que debía mediar entre la señal y el disparo; una variante consistía en que los combatientes se pusieran espalda contra espalda, se apartaran el uno del otro caminando, y a una señal se dieran la vuelta y dispararan, en cuyo caso no era probable que pudieran apuntar con tranquilidad y firmeza.
Las distancias legales aceptadas por la mayoría de los autores eran: para los duelos a la señal, de 20 a 28 metros; para los duelos a pie firme con disparos sucesivos, de 12 a 28 metros, y para los duelos marchando, de 28 a 32 metros.
La elección de pistolas debía hacerse de común acuerdo y debían ser revisadas por los padrinos. Por lo general, no debían pertenecer a ninguno de los duelistas, muchas eran compradas para la ocasión, a fin de evitar ventajas en la destreza inherente a manejar un arma conocida. Las pistolas podían ser de cañón liso o rayado, a cargar por la boca o la recámara, y habían de ser cargadas con la misma dase de munición. Se consideraban más humanitarias las de cañón liso; las de ánima rayada acentuaban la fuerza y precisión del disparo. Una vez elegidas, se precintaba la caja hasta la celebración del encuentro. Se consignaba el número de disparos realizar, computándose también los que hicieran al aire, tenidos por peligrosos, pues podían hacer blanco en alguno de los padrinos o en algún postillón de los carruajes utilizados. Como los tiradores eran a menudo inexpertos o estaban sometidos a una enorme tensión, podían errar el tiro fácilmente Si se buscaba obtener satisfacción, y no venganza, fallar no era tan importante, pero había de existir un elemento de riesgo para que el duelo fuera tomado en serio; disparar al aire podía ser un gesto generoso, pero podía interpretarse como la admisión de una equivocación. La duración del duelo era decisión de los padrinos, que podían ser contrarios a que continuara tras el primer disparo; en los últimos tiempos un padrino podía «retirar a su hombre del terreno» cuando brotara la sangre.
El traje usual para los duelos a pistola era la levita oscura o negra, sin forros especiales ni algodonados que entorpecieran el paso de los proyectiles. Antes del duelo, los padrinos examinaban la vestimenta de los duelistas. En el momento de colocarse en sus puestos, se aconsejaba a los adversarios que se levantaran el cuello del sobretodo para ocultar el blanco de la camisa, excelente punto de mira para dirigir el disparo. Los combatientes estaban autorizados a permanecer cubiertos durante el combate. Colocados los duelistas en sus puestos, el juez de campo, dirigiéndose a ellos, podía pronunciar palabras similares a éstas:
Señores: ustedes conocen perfectamente las condiciones pactadas a las que han dado su aprobación, y espero que no han de faltar a ellas. Les entregaré las pistolas y, en cuanto yo se lo ordene, se colocarán en la guardia convenida. Preguntaré por la palabra ¿Listos? Si están ustedes dispuestos y, una vez que ambos me hayan contestado afirmativamente diciéndome ¡Ya!, daré tres palmadas acompañadas de las palabras, Una, Dos, ¡Fuego! No varíen ustedes las pistolas de su posición hasta que se dé la primera palmada y disparen simultáneamente en cuanto oigan la voz de ¡Fuego!.
Si uno de los adversarios disparaba antes de lo convenido era considerado un hombre sin fe, y si mataba, se le juzgaba un asesino, descalificándosele para volver a intervenir como adversario o padrino en ningún lance de honor. Si ninguno de los combatientes resultaba herido, el duelo podía continuar, volviendo a cargar las armas, o bien se daba por terminado, según el número de disparos acordados.
Los duelos a pistola podían llegar a concertarse en condiciones sumamente graves. Por ejemplo, el cambio de cuatro balas a quince pasos de distancia disponiendo de un minuto para apuntar era tremendamente arriesgado. Los adversarios debían hacer gala de buen temple o autocontrol para conservar una apariencia tranquila antes del combate, especialmente en las frías horas del amanecer; con las pistolas, los hombres sufrían la tensión nerviosa de estar separados y a solas. El combatiente no sólo tenía que arriesgar su vida, debía hacerlo con serenidad, con aire de ser tan indiferente al peligro como un oficial en la batalla; esta impasibilidad formaba parte de la puesta en escena, de los modales de la dase superior; la «indiferencia» era el sello de la buena educación.
Los duelos no solían realizarse sin la cercanía de algún médico; eran frecuentes las heridas graves, roturas de vasos, venas o arterias, con pérdida de sangre, que podían ocasionar fatales consecuencias. Podía convenirse que los médicos no fueran espectadores, para evitar que se vieran involucrados en cuestiones legales posteriores. Los padrinos no podían solicitar la presencia de un sacerdote, dado que todas las iglesias condenaban el duelo con firmeza.
Al término del combate, adversarios y padrinos debían despedirse con un ademán de cortesía. Del lance se redactaba un acta que reflejara con exactitud todo lo sucedido. Se consideraba reprochable el mantener viva una enemistad. Un hombre que hubiera dado satisfacción no debía responder de su error una vez más, del mismo modo que no podía ser llevado a juicio de nuevo con los mismos cargos. El combate y el riesgo compartido podían producir una especie de de catarsis de celos o enemistades. Se conocieron gestos de perdón a las puertas de la muerte, tras ser abatido algún contendiente por una bala. Si el hombre que tenía la razón de su parte resultaba muerto o herido, había hecho un sacrificio por la virtud; si el que caía era el ofensor, había expiado su falta. El sello definitivo de la elegancia era el derecho de los caballeros de matarse unos a otros.
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Avatares duelísticos del s. XIX
AVATARES DUELÍSTICOS DEL SIGLO XIX.
En el siglo XIX se batieron ministros, diputados, militares, periodistas, escritores, aristócratas... Un rico anecdotario de los duelos acaecidos en este siglo evidencia os desafíos se producían entre personajes de diverso rango y profesión. Las ofensas de honor podían surgir en tertulias, en cruces de palabras insolentes, a veces acompañadas de una agresión física; también de escritos hirientes, numerosos con el auge prensa escrita. El duelo como recurso para la reparación del honor obligaba a el que ejercía una función pública a formarse en la esgrima y en el tiro con pistola.
En esta época proliferan las salas de armas donde se ejercitaban los jóvenes de la buena sociedad. En Madrid fue famosa la de Perico Carbonel, sita en la calle de Alcalá esquina Cedaceros, donde se practicaban el florete de sala, la espada y el sable de combate. El auge del arte de la esgrima propició que grandes maestros europeos llegaran a España, si bien los duelos entre maestros no fueron frecuentes ante el temor de que se les conceptuara como provocadores o exhibicionistas.
La pistola se practicaba en el salón de tiro del Círculo Militar o en la Escuela Nacional de Tiro de Carabanchel. El arma de fuego, a diferencia del acero, se podía dominar mecánicamente y con precisión si se practicaba con asiduidad; no era preciso gozar de vista de lince o de un pulso certero para ser un buen tirador. Pero en un duelo un tirador avezado gozaba de una ventaja abismal frente a un neófito. El duelo era más cruento si se concertaba a pistola rayada y a una distancia que pudiera ocasionar un homicidio.
Los lugares preferidos para la celebración de duelos en Madrid eran, entre otros, los aledaños de Vista Alegre o de las Ventas del Espíritu Santo. A fines del siglo los lugares escogidos por los duelistas eran conocidos y discretamente vigilados. Personaje destacado fue Pepe Sabater, quien cedió a numerosos caballeros su finca «Nueva San José» para saldar deudas de honor. Se dice que en muchas ocasiones intervino como conciliador para zanjar disensiones o suavizar condiciones, y que sellaba la paz entre enemigos tras los lances con un ágape en una venta cercana.
En el siglo XIX se batieron ministros, diputados, militares, periodistas, escritores, aristócratas... Un rico anecdotario de los duelos acaecidos en este siglo evidencia os desafíos se producían entre personajes de diverso rango y profesión. Las ofensas de honor podían surgir en tertulias, en cruces de palabras insolentes, a veces acompañadas de una agresión física; también de escritos hirientes, numerosos con el auge prensa escrita. El duelo como recurso para la reparación del honor obligaba a el que ejercía una función pública a formarse en la esgrima y en el tiro con pistola.
En esta época proliferan las salas de armas donde se ejercitaban los jóvenes de la buena sociedad. En Madrid fue famosa la de Perico Carbonel, sita en la calle de Alcalá esquina Cedaceros, donde se practicaban el florete de sala, la espada y el sable de combate. El auge del arte de la esgrima propició que grandes maestros europeos llegaran a España, si bien los duelos entre maestros no fueron frecuentes ante el temor de que se les conceptuara como provocadores o exhibicionistas.
La pistola se practicaba en el salón de tiro del Círculo Militar o en la Escuela Nacional de Tiro de Carabanchel. El arma de fuego, a diferencia del acero, se podía dominar mecánicamente y con precisión si se practicaba con asiduidad; no era preciso gozar de vista de lince o de un pulso certero para ser un buen tirador. Pero en un duelo un tirador avezado gozaba de una ventaja abismal frente a un neófito. El duelo era más cruento si se concertaba a pistola rayada y a una distancia que pudiera ocasionar un homicidio.
Los lugares preferidos para la celebración de duelos en Madrid eran, entre otros, los aledaños de Vista Alegre o de las Ventas del Espíritu Santo. A fines del siglo los lugares escogidos por los duelistas eran conocidos y discretamente vigilados. Personaje destacado fue Pepe Sabater, quien cedió a numerosos caballeros su finca «Nueva San José» para saldar deudas de honor. Se dice que en muchas ocasiones intervino como conciliador para zanjar disensiones o suavizar condiciones, y que sellaba la paz entre enemigos tras los lances con un ágape en una venta cercana.
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Duelo y periodismo
DUELO Y PERIODISMO.
En el último tercio del siglo XIX la prensa escrita había adquirido en España un extraordinario auge, posibilitado por la máquina rotativa de Marinoni, la invención del telégrafo y la aparición de las agencias de noticias. En 1877 Madrid contaba con 41 diarios y 135 semanarios, y Barcelona con 22 y 65 de la misma periodicidad. Estos medios, portavoces de los personajes políticos de su tiempo, tenían diferente cariz: monárquico, conservador, liberal, socialista, carlista, independiente... Contaban con las plumas de excelentes periodistas, entre ellos, autores de la Generación del 98 como Azorín o Valle-lnclán. Las noticias y comentarios, no exentos de sarcasmo, causticidad y sátira, y los ataques políticos lanzados desde la prensa derivaban en polémica y en retos; por ello, se adoptó la costumbre de algunos periódicos parisienses de la época, consistente en tener en nómina a dos directores, uno, auténtico, que asumía la dirección política y literaria de la publicación; otro, un «director de paja», sujeto diestro en el manejo de espada y la pistola, dispuesto a afrontar los lances originados por un periodismo pronto a la ofensa personal.
Los periodistas eran responsables de la firma de un suelto, dibujo o artículo ofensivo o insultante; y si el texto cuestionado existiera sin firma, con seudónimo o iniciales, sería el director del periódico quien debiera dar el nombre del ofensor. Fueron innumerables los duelos de periodistas. Cansinos Assens narra:
Entre algunos duelos famosos, mencionamos el que enfrentó a Pedro Antonio de Alarcón, director del periódico liberal El Látigo, con otro periodista, Heriberto García Quevedo, católico a ultranza, quien desafío a Alarcón por una afrenta a la reina expuesta en un suelto. Ricardo de la Cierva describe el lance, e indica que
Curioso fue el duelo a pistola rayada celebrado en París entre el consumado duelista Rochefort, director de L'Intransegeant, con Cavagnac, periodista de L'Autorité;
Relata Indalecio Prieto la incidencia de un periodista bilbaíno, reveladora de los pundonores de la época.
Numerosos lances tenían lugar entre personajes conocidos; los enfrentamientos eran divulgados por rumores que transmitían la posibilidad del duelo. Los periódicos cautos al informar de la celebración de un duelo, pues evidenciarlo equivalía a anunciarlo e impedirlo. La prensa podía encubrir la personalidad de los duelistas mencionando sólo las iniciales de sus nombres y apellidos, o hacer gala de disimulo, aunque desvelara el nombre de los protagonistas:
Si el duelo se culminaba con muerte, la información podía falsear la realidad, caso del suelto publicado en El Resumen:
En el último tercio del siglo XIX la prensa escrita había adquirido en España un extraordinario auge, posibilitado por la máquina rotativa de Marinoni, la invención del telégrafo y la aparición de las agencias de noticias. En 1877 Madrid contaba con 41 diarios y 135 semanarios, y Barcelona con 22 y 65 de la misma periodicidad. Estos medios, portavoces de los personajes políticos de su tiempo, tenían diferente cariz: monárquico, conservador, liberal, socialista, carlista, independiente... Contaban con las plumas de excelentes periodistas, entre ellos, autores de la Generación del 98 como Azorín o Valle-lnclán. Las noticias y comentarios, no exentos de sarcasmo, causticidad y sátira, y los ataques políticos lanzados desde la prensa derivaban en polémica y en retos; por ello, se adoptó la costumbre de algunos periódicos parisienses de la época, consistente en tener en nómina a dos directores, uno, auténtico, que asumía la dirección política y literaria de la publicación; otro, un «director de paja», sujeto diestro en el manejo de espada y la pistola, dispuesto a afrontar los lances originados por un periodismo pronto a la ofensa personal.
Los periodistas eran responsables de la firma de un suelto, dibujo o artículo ofensivo o insultante; y si el texto cuestionado existiera sin firma, con seudónimo o iniciales, sería el director del periódico quien debiera dar el nombre del ofensor. Fueron innumerables los duelos de periodistas. Cansinos Assens narra:
En la redacción tenemos un cuartito destinado a la sala de esgrima, con sus correspondientes floretes y caretas, donde todos los días practicamos ese noble arte, bajo la dirección de un profesor francés...La profesión de periodista está expuesta a los lances de honor y hay que saber manejar la espada y el sable, por si llega el caso de batirse.
Entre algunos duelos famosos, mencionamos el que enfrentó a Pedro Antonio de Alarcón, director del periódico liberal El Látigo, con otro periodista, Heriberto García Quevedo, católico a ultranza, quien desafío a Alarcón por una afrenta a la reina expuesta en un suelto. Ricardo de la Cierva describe el lance, e indica que
Alarcón era famoso por su pésima puntería con la pistola, al contrario que el articulista católico. Tiró primero Alarcón y por poco mata a un padrino. Quevedo apuntó despacio, retuvo el disparo hasta el límite marcado por el lunático Cabriñana, que al ofensor de la reina se le antojó una barbaridad, y volviendo el arma para otro lado abatió un gorrión que volaba sobre los pinos. Su generosidad provocó la conversión fulminante de Alarcón, que rechazó la causa católica, tras abjurar de su grado y obediencia masónica.
Curioso fue el duelo a pistola rayada celebrado en París entre el consumado duelista Rochefort, director de L'Intransegeant, con Cavagnac, periodista de L'Autorité;
al segundo disparo, Rochefort cayó; al ser reconocido por los médicos, entre sus ropas apareció la bala aplastada contra una medalla de la virgen de Lourdes que su novia, a escondidas, le había cosido al chaleco la víspera del lance. Rochefort era agnóstico. Cavagnac, al ver a su adversario doliéndose de la contusión, le dijo: Yo no sabía que me batía con un hombre acorazado. Rochefort replicó: Usted perdone, yo ignoraba que tenía ese objeto sobre mi cuerpo; le doy mil excusas y le ruego que vuelva a tirar sobre mí. Gracias -repuso Cavagnac-, aunque más bien debe Usted dárselas a la Virgen.
Relata Indalecio Prieto la incidencia de un periodista bilbaíno, reveladora de los pundonores de la época.
Al duelista le atribulaba cierto detalle: carecía de camisa adecuada para el lance. Acudió a amigos y le suministraron no sólo camisas sino también camiseta y calzoncillos, pues si caía herido sobre el verde césped, no era cosa de exhibir más de un remiendo... cuando, con padrinos y médico se presentó arrogante en el campo, surgieron de entre los pinos varios guardias allí apostados que no permitieron desenvainar las armas. Mi colega había salvado el honor y la ropa interior, pues no devolvió prenda alguna a sus donantes.
Numerosos lances tenían lugar entre personajes conocidos; los enfrentamientos eran divulgados por rumores que transmitían la posibilidad del duelo. Los periódicos cautos al informar de la celebración de un duelo, pues evidenciarlo equivalía a anunciarlo e impedirlo. La prensa podía encubrir la personalidad de los duelistas mencionando sólo las iniciales de sus nombres y apellidos, o hacer gala de disimulo, aunque desvelara el nombre de los protagonistas:
Parece ser que esta tarde, a las cuatro han salido de paseo el ex ministro de Marina Sr. Auñón con sus amigos y el jefe de infantería de Marina Sr. Castellani con.... Encontrándose los seis personajes en las inmediaciones de la Escuela de Tiro de Carabanchel ensayaron unas pistolas rayadas, haciendo tiros a veinte pasos del blanco. Al tercer disparo, una bala disparada por el Sr. Castellani muy cerca de la cabeza del Sr. Auñón pero sin que, por fortuna, llegara a tocarle habiendo regresado a Madrid sin haber experimentado la menor novedad.
Si el duelo se culminaba con muerte, la información podía falsear la realidad, caso del suelto publicado en El Resumen:
Examinando unas pistolas, el capitán de Artillería C. tuvo la desgracia de que se le disparara accidentalmente ocasionando la muerte del Procurador D.G.C. El suceso ha causado gran consternación entre las gentes de toga, entre las que D.G.C. era persona conocida y estimada.
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Aristócratas duelistas
ARISTÓCRATAS
Enrique de Borbón, duque de Sevilla era hermano del rey consorte, don Francisco de Asís, y primo hermano de la esposa de Montpensier. El infante, figura romántica, masón, de ideas avanzadas, había prometido a su prima Isabel II oponerse a que un Orleans accediese a la corona de España. Redactó un escrito, fechado el 10 de marzo de 1870, que al circular por redacciones y tertulias causó gran conmoción, pues el infante se declaraba el más decidido enemigo del Duque francés mientras viviera, demostraba un hondo desprecio por su persona y le tachaba de hinchado pastelero francés.
El duque de Montpensier, tras asegurarse de la autoría de su escrito, se apresuró a enviar a sus padrinos al Borbón. En el acta conservada, se concertó un duelo a pistola fijándose distancia -9 metros-, disparos alternos, echándose a suerte quién debía disparar primero, y la elección del puesto; el combate no terminaría hasta resultar herida; las pistolas se cargarían con intervención de testigos de una y otra parte; se permitiría el uso de gafas al Sr. Duque, por llevarlas habitualmente.
Otro famoso duelo fue el que implicó a don Rafael de León, quien había sido diputado en las Cortes y estaba casado con la marquesa de Pickman. Un endeudamiento le llevó a solicitar un préstamo a una pariente de un capitán de la guardia civil, amigo suyo. Un anónimo malintencionado señalaba que por el dinero prestado, Rafael de León hacía “la vista gorda” ante el capitán que hacía el amor a su esposa; el marqués de Pickman abofeteó al capitán y la noticia circuló por toda Sevilla. Se nombraron padrinos, fijaron un duelo propio de las ofensas graves: pistola rayada, 25 pasos de distancia con facultad para avanzar; disparos simultáneos, hasta 30; únicamente una herida grave podría poner fin la lance. Al tercero de los disparos, Rafael de León se desplomó, muerto; quedaron con él sus padrinos y se dio aviso al juzgado de guardia.
El entierro se celebró con gran pompa: féretro de ébano, carroza dorada conducida por caballos con guarniciones y penachos negros. El clero no asistió a la conducción del cadáver, cumpliendo las disposiciones que el Derecho canónico impone a los que mueren en duelo. La comitiva fúnebre contó con una asistencia multitudinaria. Al trasponer el coche fúnebre el camposanto, fue detenido por los dependientes del cementerio, y el capellán comunicó la orden que tenía de no admitir el enterramiento en recinto sagrado, sino en el departamento de «disidentes". Se originó un amotinamiento general y el féretro fue transportado por la muchedumbre hasta el panteón de la familia Pickman, colocándose el ataúd en un nicho que fue tapiado. El alcalde de Sevilla ordenó que de noche se trasladara el cadáver al depósito del cementerio civil. El escándalo fue enorme, hablándose de “cadáver profanado”.
La noticia llegó al Gobierno del país, presidido por Antonio Maura, quien destituyó al gobernador civil. El sumario incoado por la muerte violenta de don Rafael de León fue finalmente sobreseído.
Enrique de Borbón, duque de Sevilla era hermano del rey consorte, don Francisco de Asís, y primo hermano de la esposa de Montpensier. El infante, figura romántica, masón, de ideas avanzadas, había prometido a su prima Isabel II oponerse a que un Orleans accediese a la corona de España. Redactó un escrito, fechado el 10 de marzo de 1870, que al circular por redacciones y tertulias causó gran conmoción, pues el infante se declaraba el más decidido enemigo del Duque francés mientras viviera, demostraba un hondo desprecio por su persona y le tachaba de hinchado pastelero francés.
El duque de Montpensier, tras asegurarse de la autoría de su escrito, se apresuró a enviar a sus padrinos al Borbón. En el acta conservada, se concertó un duelo a pistola fijándose distancia -9 metros-, disparos alternos, echándose a suerte quién debía disparar primero, y la elección del puesto; el combate no terminaría hasta resultar herida; las pistolas se cargarían con intervención de testigos de una y otra parte; se permitiría el uso de gafas al Sr. Duque, por llevarlas habitualmente.
Las pistolas fueron compradas el día anterior al combate en la casa Ormaechea , en Alcalá, n° 5, y examinadas para comprobar que no habían sido usadas ni ensayadas. La mañana del 12 de marzo de 1870, comparecieron vestidos de levita los protagonistas del duelo con su comitiva. El acta describe el encuentro, celebrado en la Escuela de Tiro de la dehesa de los Carabancheles, en la que obtuvieron licencia para probar unas pistolas. Se señaló la distancia con dos piquetes. Situados ambos combatientes en sus puestos, se cargaron las armas. Al tercer disparo cayó en tierra el infante don Enrique, atravesada su frente por la bala. Se dice que éste no había practicado el tiro a pistola tras concertar el duelo; al parecer. Montpensier pasó dos tardes disparando al blanco. El suceso, calificado de asesinato, produjo una enorme conmoción. Montpensier se refugió en su casa hasta su comparecencia un consejo de guerra que sólo le condenó a un mes de destierro, considerando el suceso «muerte accidental», pero se cerraron para él definitivamente las puertas del trono de España.
Otro famoso duelo fue el que implicó a don Rafael de León, quien había sido diputado en las Cortes y estaba casado con la marquesa de Pickman. Un endeudamiento le llevó a solicitar un préstamo a una pariente de un capitán de la guardia civil, amigo suyo. Un anónimo malintencionado señalaba que por el dinero prestado, Rafael de León hacía “la vista gorda” ante el capitán que hacía el amor a su esposa; el marqués de Pickman abofeteó al capitán y la noticia circuló por toda Sevilla. Se nombraron padrinos, fijaron un duelo propio de las ofensas graves: pistola rayada, 25 pasos de distancia con facultad para avanzar; disparos simultáneos, hasta 30; únicamente una herida grave podría poner fin la lance. Al tercero de los disparos, Rafael de León se desplomó, muerto; quedaron con él sus padrinos y se dio aviso al juzgado de guardia.
El entierro se celebró con gran pompa: féretro de ébano, carroza dorada conducida por caballos con guarniciones y penachos negros. El clero no asistió a la conducción del cadáver, cumpliendo las disposiciones que el Derecho canónico impone a los que mueren en duelo. La comitiva fúnebre contó con una asistencia multitudinaria. Al trasponer el coche fúnebre el camposanto, fue detenido por los dependientes del cementerio, y el capellán comunicó la orden que tenía de no admitir el enterramiento en recinto sagrado, sino en el departamento de «disidentes". Se originó un amotinamiento general y el féretro fue transportado por la muchedumbre hasta el panteón de la familia Pickman, colocándose el ataúd en un nicho que fue tapiado. El alcalde de Sevilla ordenó que de noche se trasladara el cadáver al depósito del cementerio civil. El escándalo fue enorme, hablándose de “cadáver profanado”.
La noticia llegó al Gobierno del país, presidido por Antonio Maura, quien destituyó al gobernador civil. El sumario incoado por la muerte violenta de don Rafael de León fue finalmente sobreseído.
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Voces contra el duelo
VOCES CONTRA EL DUELO
Desde los periódicos, la ficción teatral o literaria surgieron voces que atacaron este hábito tan funesto. En abril de 1835 publica Mariano José de Larra su artículo El Duelo en la Revista Mensajero, alegato demoledor contra esta práctica bárbara. Larra analiza sus antecedentes históricos, e ironiza sobre el falso concepto del tributo a un honor malentendido.
Reglamentación contra el duelo. Las primeras condenas contra el duelo se remontan en España a los Reyes Católicos, que proscribieron duelos y desafíos, considerados delito. Felipe V dicta en 1716 una pragmática contra el duelo, renovada por Fernando VI. El duelo se incluirá como delito en el Código Penal, configurado a partir de 1805; también en los sucesivos Códigos del siglo XIX, que condenaban con el destierro a quien aceptara o propusiera el duelo; la de arresto mayor si el duelo se verificaba sin consecuencias; la de prisión menor si se producían lesiones graves y la de prisión mayor al que matare en duelo a su adversario; los padrinos, cómplices y responsables, incurrían en las mismas penas.
En Europa se crearon Ligas antiduelistas, que estimularon la publicación de obras destinadas a erradicar el duelo de las costumbres, tales como El Honor y el Duelo. Estudio Histórico-crítico, obra de José María Laguna Azorín, publicada en 1912, cuya declaración de intenciones se manifestaba en su subtítulo, «propaganda antiduelista". Con el discurrir del primer tercio del siglo XX, la práctica del duelo quedaría obsoleta en una sociedad que ya lo arrinconaba como un recuerdo de épocas pasadas.
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¡¡Terminé!!. Si habeis llegado hasta aqui con vuestra lectura, es para levantaros un monumento, campeones. Muchas gracias por vuestra compañía y espero haberos ayudado un poquito a entender mejor el concepto, sus prácticas y usos y haberos disuadido a que sigais por este camino del honor a cañonazos.
Desde los periódicos, la ficción teatral o literaria surgieron voces que atacaron este hábito tan funesto. En abril de 1835 publica Mariano José de Larra su artículo El Duelo en la Revista Mensajero, alegato demoledor contra esta práctica bárbara. Larra analiza sus antecedentes históricos, e ironiza sobre el falso concepto del tributo a un honor malentendido.
Mientras el honor siga entronizado donde se le ha puesto; mientras la opinión pública valga algo, y mientras la ley no esté de acuerdo con la opinión pública, él será una consecuencia forzosa de esta contradicción social. Mientras todo el mundo se ría del que se deje injuríar impunemente, o del que acuda a un tribunal para decir: me han injuriado, será forzoso que todo agraviado elija entre la muerte y una posición ridícula en la sociedad…
Reglamentación contra el duelo. Las primeras condenas contra el duelo se remontan en España a los Reyes Católicos, que proscribieron duelos y desafíos, considerados delito. Felipe V dicta en 1716 una pragmática contra el duelo, renovada por Fernando VI. El duelo se incluirá como delito en el Código Penal, configurado a partir de 1805; también en los sucesivos Códigos del siglo XIX, que condenaban con el destierro a quien aceptara o propusiera el duelo; la de arresto mayor si el duelo se verificaba sin consecuencias; la de prisión menor si se producían lesiones graves y la de prisión mayor al que matare en duelo a su adversario; los padrinos, cómplices y responsables, incurrían en las mismas penas.
En Europa se crearon Ligas antiduelistas, que estimularon la publicación de obras destinadas a erradicar el duelo de las costumbres, tales como El Honor y el Duelo. Estudio Histórico-crítico, obra de José María Laguna Azorín, publicada en 1912, cuya declaración de intenciones se manifestaba en su subtítulo, «propaganda antiduelista". Con el discurrir del primer tercio del siglo XX, la práctica del duelo quedaría obsoleta en una sociedad que ya lo arrinconaba como un recuerdo de épocas pasadas.
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¡¡Terminé!!. Si habeis llegado hasta aqui con vuestra lectura, es para levantaros un monumento, campeones. Muchas gracias por vuestra compañía y espero haberos ayudado un poquito a entender mejor el concepto, sus prácticas y usos y haberos disuadido a que sigais por este camino del honor a cañonazos.
Lady Áyden Norwich- Admin
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Re: Los duelos en el s. XIX
Dior mío! Qué trabajazo!
Aún no lo he leido, pero no es por falta de ganas eh ;p
Aún no lo he leido, pero no es por falta de ganas eh ;p
Re: Los duelos en el s. XIX
Lady Áyden, sólo puedo felicitarla por su gran trabajo. La verdad es que ha sido muy ilustrador en algunos de sus puntos, como los duelos a pistola. Hace ya unos años estuve haciendo un trabajo sobre el "affaire Dreyfus" y sus repercusiones en la prensa valenciana y era sorprendente la cantidad de duelos que generó el proceso y que, la mitad de ellos, se saldaran sin heridos después de 4 o 6 disparos. Ahora queda todo aclarado. Muchísimas gracias, en serio.
Por si no sabéis qué es el affaire Dreyfuss creo que voy a dejaros un pequeño resumen del caso pues es muy ilustrador de las costumbres francesas de finales del siglo XIX...
Por si no sabéis qué es el affaire Dreyfuss creo que voy a dejaros un pequeño resumen del caso pues es muy ilustrador de las costumbres francesas de finales del siglo XIX...
Ariadne de Baskerville- Mensajes : 839
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Re: Los duelos en el s. XIX
Jo, muchas gracias a las dos.
Pensé con todo el corazón, que con el texto que había por leer, nadie sería tan atrevido pero me alegra saber que es un tema que interesa y que os ha gustado. ¡Gracias a vosotras!
El tema Dreyfus es interesantísimo. Lo estudié en Historia pero me pasaré por tu hilo para refrescarlo. Ah y con tu permiso, Ariadne, ¿puedo enlazarlo con este hilo de los duelos?
Pensé con todo el corazón, que con el texto que había por leer, nadie sería tan atrevido pero me alegra saber que es un tema que interesa y que os ha gustado. ¡Gracias a vosotras!
El tema Dreyfus es interesantísimo. Lo estudié en Historia pero me pasaré por tu hilo para refrescarlo. Ah y con tu permiso, Ariadne, ¿puedo enlazarlo con este hilo de los duelos?
Lady Áyden Norwich- Admin
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Fecha de inscripción : 26/02/2010
Localización : Cruzando océanos de tiempo
Re: Los duelos en el s. XIX
Por supuesto que puedes enlazarlo. Así quedará todo más claro. Si alguna está interesada puedo subir a megaupload el trabajo titulado "el affaire Dreyfus a través de la prensa valenciana" que explica muy bien cómo se vivió desde aquí el proceso...
Ariadne de Baskerville- Mensajes : 839
Fecha de inscripción : 21/04/2010
Edad : 36
Localización : Valencia
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