El luto victoriano
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Lady Áyden Norwich
Elizabeth Anne Montgomery
Lady Raisah
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El luto victoriano
TEMAS RELACIONADOS:
Joyas para el luto
Fotografías post- mortem y pragmáticas sobre el vestido de luto.
La mortalidad infantil en el Romanticismo
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La Reina Victoria se casó con el Príncipe Alberto en 1840 y él murió en 1861, si bien la Reina sólo tenía 42 años cuando quedó viuda, permaneció de luto riguroso por tres años y de medio luto el resto de su vida – 40 años.
Las mujeres victorianas siguieron el ejemplo de la Reina y se elaboraron estrictas reglas de etiqueta concernientes a la vestimenta del luto y al comportamiento durante este periodo.
Estas reglas dieron orden a una sociedad que cambiaba rápidamente al tiempo que la Revolución Industrial creaba la clase media. Libros de etiqueta indicaban a los nuevos ricos los detalles de un comportamiento socialmente aceptable.
Una de las áreas que tenía un estricto código social era justamente, la muerte.
La muerte era inevitable, estaba presente cada día en la vida del siglo XIX, el porcentaje de mortalidad infantil era altísimo y la expectativa de vida era sólo de 42 años. Para la gente de la época Victoriana, la única manera de sobrellevar la pena y la pérdida que los afectaba, era canalizar el pesar a través de alguna expresión artística, arte memorial y memento-mori (ej. fotografías post mortem).
Alguien que tuviera la osadía de ir en contra de las reglas y rituales preestablecidos del luto se arriesgaba al escándalo y al ostracismo.
Se esperaba que las mujeres de este período debieran exteriorizar el pesar de la familia. Y lo hacían través de su manera de vestir.
El color negro era el que mejor representante de el luto victoriano por que simbolizaba la ausencia de luz. Era un signo inmediatamente reconocible de que un ser querido había pasado a mejor vida. También se sabe que la costumbre de usar negro para el luto viene de los romanos; ya que evitarían que los fantasmas de los muertos los penaran, vistiéndose de negro.
Ceremonia
Cuando alguien moría, todos los miembros del hogar (incluyendo a los sirvientes) adoptaban el luto. Las cortinas se cerraban y los relojes se detenían al momento del fallecimiento.
Las carrozas y los caballos que los tiraban eran adornados con plumas de avestruz negras. A veces se contrataban a gente que caminara en el cortejo fúnebre.
Cuando se trataba del funeral de un niño, las plumas eran blancas y el ataúd también.
Por otra parte el funeral de una persona pobre, tenían que ser en domingo-único día en que no se trabajaba. Sin embargo si la familia no tenía ahorrado el dinero para poder efectuar el funeral el domingo después de la muerte, el cadáver debía permanecer en la casa hasta el próximo domingo.
Arte
Era habitual la fotografía post-mortem, sobre todo de niños, para tener un recuerdo del ser amado. Se enviaban como agradecimiento o también a los familiares que no pudieran viajar al funeral.
También se conservaba mechones de cabello del difunto y se fabricaban joyas con ellos.
Las tumbas victorianas eran mucho más elaboradas que en la actualidad. Se esperaba que la familia del difunto gastara lo que más pudiera en hacer un monumento apropiado al status social del difunto y de su familia.
Los monumentos eran generalmente simbólicos, ya sea religiosos (cruces, ángeles), símbolos de la profesión del difunto (espadas para un general, brocha para un pintor) o símbolos de muerte.
Los símbolos que más se usaban eran:
Urnas: Signo clásico de la cremación romana
Coronas: Símbolo de vida eterna, por su forma circular que no tiene comienzo ni fin.
Obeliscos: Símbolo Egipcio de vida eterna
Mujeres lamentándose: Símbolo de una mujer vestida con túnicas sueltas (romanas), físicamente exhaustas de tanto llorar y apoyándose en una mano, a veces en una urna o en una cruz.
Periodos de Luto
Había cuatro periodos de luto. Cada uno con sus propias reglas y costumbres.
El que llevaba la viuda era el más riguroso de todos y duraba usualmente dos años y medio.
Los trajes de los niños eran blancos con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Esto se consideraba para aquellos entre los 15 y 17 años, los menores de 15 no usaban luto. Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y podía usar luto riguroso si un familiar moría.
Primer Periodo de Luto o Luto Riguroso: usado por un año y un día.
Los trajes eran de dos piezas; un corpiño y una falda.
La mujer de clase baja podía hacer el traje de algodón o teñir un traje de negro.
La de clase media podía elegir entre lana negra, algodón e incluso seda.
La mujer de clase alta podía usar la última moda pero siempre en seda o lana.
La ropa debía ser de género opaco y sin adornos, excepto el crepe.
El rasgo más distintivo de este periodo es el largo velo de crepe negro que llegaba hasta la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete, generalmente de crepe blanco.
No se usaban adornos o joyas, excepto por el azabache.
La mujer sólo podía dejar su hogar para ir a la iglesia o a visitar familiares directos.
Si la mujer no tenía ingresos e hijos pequeños que criar, se permitía el matrimonio después de este periodo.
Segundo Periodo de Luto: duraba 6 meses o hasta el fin de los días, como en el caso de la Reina Victoria.
El bonete se puede adornar con flores y cintas, blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza.
Además del azabache se podían usar joyas hecha del cabello del difunto, ya sea un broche o un brazalete.
Tercer Periodo de Luto: duraba entre 3 y 6 meses
Los adornos de crepe se sacaban y se reemplazaban con adornos de seda negra, cinta negra y encaje. El velo se acortaba aún más o se podía dejar de usar, al igual que el bonete.
Cuarto Periodo de Luto o Medio Luto: duraba entre seis meses o hasta el fin de los días.
Los trajes podían ser diseñados a la última moda, sólo tenían que ser hechos con colores de medio luto como el gris, violeta, lila, malva y blanco.
El viudo sólo tenía un período de luto. Éste duraba entre seis meses a un año, pero era de su discreción cuando volver a casarse.
Podía continuar su vida normal y continuar trabajando.
Su traje debía ser de un género oscuro, su sombrero adornado con una cinta de crepe y también debía usar una banda de crepe en el brazo.
Tiempo de Luto
El tiempo de luto dependía de la relación con el difunto. Las viudas podían dejar el luto después de dos años, pero era de mejor gusto usar medio luto por seis meses más después de ese tiempo.
Para niños que perdieron a sus padres o viceversa el periodo era de un año. Para abuelos y hermanos, seis meses; para tíos y tías, dos meses; para tíos y tías abuelas, seis semanas y para primos, cuatro semanas.
Viudas de mayor edad frecuentemente permanecían en luto por largos períodos, incluso hasta el fin de sus días.
Cuando las personas terminaban su duelo y querían reintegrarse a la sociedad, debían dejar tarjetas a sus amigos y conocidos, para avisar que podían recibir y hacer visitas.
Supersticiones
-No se debía ir a un funeral embarazada.
-Los espejos se cubrían por que existía la creencia de que el espíritu del difunto quedaba atrapado en él.
-Si el difunto llevaba una buena vida, florecerían flores en su tumba, por el contrario si había sido malo, sólo maleza crecería.
-Detener el reloj en la habitación donde ocurrió el fallecimiento o sino traería mala suerte.
-No usar nada nuevo al funeral, especialmente zapatos.
-Si llueve sobre el cadáver, el difunto se irá al cielo.
En la actualidad, estas costumbres nos pueden parecer pretenciosas y exageradas.
La procesión funeraria, velos negros y vestidos de luto, con su rígido protocolo para la dama, cinta negra en el brazo del caballero, cortinas cerradas en el hogar, corona en la puerta con cintas de crepe, parecen innecesarias. Pero estas prácticas llevadas a cabo en los hogares del siglo XIX por la familia en duelo expresaban el cariño y el deseo de mantener viva la memoria del difunto y darle un sentido de inmortalidad.
El fin de una Era
En 1901, después de la muerte de la Reina Victoria se da comienzo al periodo Eduardiano. En parte el mundo se sacó el luto con su fallecimiento.
La moda cambió y las mujeres ya no tenían que regirse por los estrictos códigos de la etiqueta Victoriana.
Fuente: Lorelei c.l.
Joyas para el luto
Fotografías post- mortem y pragmáticas sobre el vestido de luto.
La mortalidad infantil en el Romanticismo
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La Reina Victoria se casó con el Príncipe Alberto en 1840 y él murió en 1861, si bien la Reina sólo tenía 42 años cuando quedó viuda, permaneció de luto riguroso por tres años y de medio luto el resto de su vida – 40 años.
Las mujeres victorianas siguieron el ejemplo de la Reina y se elaboraron estrictas reglas de etiqueta concernientes a la vestimenta del luto y al comportamiento durante este periodo.
Estas reglas dieron orden a una sociedad que cambiaba rápidamente al tiempo que la Revolución Industrial creaba la clase media. Libros de etiqueta indicaban a los nuevos ricos los detalles de un comportamiento socialmente aceptable.
Una de las áreas que tenía un estricto código social era justamente, la muerte.
La muerte era inevitable, estaba presente cada día en la vida del siglo XIX, el porcentaje de mortalidad infantil era altísimo y la expectativa de vida era sólo de 42 años. Para la gente de la época Victoriana, la única manera de sobrellevar la pena y la pérdida que los afectaba, era canalizar el pesar a través de alguna expresión artística, arte memorial y memento-mori (ej. fotografías post mortem).
Alguien que tuviera la osadía de ir en contra de las reglas y rituales preestablecidos del luto se arriesgaba al escándalo y al ostracismo.
Se esperaba que las mujeres de este período debieran exteriorizar el pesar de la familia. Y lo hacían través de su manera de vestir.
El color negro era el que mejor representante de el luto victoriano por que simbolizaba la ausencia de luz. Era un signo inmediatamente reconocible de que un ser querido había pasado a mejor vida. También se sabe que la costumbre de usar negro para el luto viene de los romanos; ya que evitarían que los fantasmas de los muertos los penaran, vistiéndose de negro.
Ceremonia
Cuando alguien moría, todos los miembros del hogar (incluyendo a los sirvientes) adoptaban el luto. Las cortinas se cerraban y los relojes se detenían al momento del fallecimiento.
Las carrozas y los caballos que los tiraban eran adornados con plumas de avestruz negras. A veces se contrataban a gente que caminara en el cortejo fúnebre.
Cuando se trataba del funeral de un niño, las plumas eran blancas y el ataúd también.
Por otra parte el funeral de una persona pobre, tenían que ser en domingo-único día en que no se trabajaba. Sin embargo si la familia no tenía ahorrado el dinero para poder efectuar el funeral el domingo después de la muerte, el cadáver debía permanecer en la casa hasta el próximo domingo.
Arte
Era habitual la fotografía post-mortem, sobre todo de niños, para tener un recuerdo del ser amado. Se enviaban como agradecimiento o también a los familiares que no pudieran viajar al funeral.
También se conservaba mechones de cabello del difunto y se fabricaban joyas con ellos.
Las tumbas victorianas eran mucho más elaboradas que en la actualidad. Se esperaba que la familia del difunto gastara lo que más pudiera en hacer un monumento apropiado al status social del difunto y de su familia.
Los monumentos eran generalmente simbólicos, ya sea religiosos (cruces, ángeles), símbolos de la profesión del difunto (espadas para un general, brocha para un pintor) o símbolos de muerte.
Los símbolos que más se usaban eran:
Urnas: Signo clásico de la cremación romana
Coronas: Símbolo de vida eterna, por su forma circular que no tiene comienzo ni fin.
Obeliscos: Símbolo Egipcio de vida eterna
Mujeres lamentándose: Símbolo de una mujer vestida con túnicas sueltas (romanas), físicamente exhaustas de tanto llorar y apoyándose en una mano, a veces en una urna o en una cruz.
Periodos de Luto
Había cuatro periodos de luto. Cada uno con sus propias reglas y costumbres.
El que llevaba la viuda era el más riguroso de todos y duraba usualmente dos años y medio.
Los trajes de los niños eran blancos con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Esto se consideraba para aquellos entre los 15 y 17 años, los menores de 15 no usaban luto. Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y podía usar luto riguroso si un familiar moría.
Primer Periodo de Luto o Luto Riguroso: usado por un año y un día.
Los trajes eran de dos piezas; un corpiño y una falda.
La mujer de clase baja podía hacer el traje de algodón o teñir un traje de negro.
La de clase media podía elegir entre lana negra, algodón e incluso seda.
La mujer de clase alta podía usar la última moda pero siempre en seda o lana.
La ropa debía ser de género opaco y sin adornos, excepto el crepe.
El rasgo más distintivo de este periodo es el largo velo de crepe negro que llegaba hasta la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete, generalmente de crepe blanco.
No se usaban adornos o joyas, excepto por el azabache.
La mujer sólo podía dejar su hogar para ir a la iglesia o a visitar familiares directos.
Si la mujer no tenía ingresos e hijos pequeños que criar, se permitía el matrimonio después de este periodo.
Segundo Periodo de Luto: duraba 6 meses o hasta el fin de los días, como en el caso de la Reina Victoria.
El bonete se puede adornar con flores y cintas, blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza.
Además del azabache se podían usar joyas hecha del cabello del difunto, ya sea un broche o un brazalete.
Tercer Periodo de Luto: duraba entre 3 y 6 meses
Los adornos de crepe se sacaban y se reemplazaban con adornos de seda negra, cinta negra y encaje. El velo se acortaba aún más o se podía dejar de usar, al igual que el bonete.
Cuarto Periodo de Luto o Medio Luto: duraba entre seis meses o hasta el fin de los días.
Los trajes podían ser diseñados a la última moda, sólo tenían que ser hechos con colores de medio luto como el gris, violeta, lila, malva y blanco.
El viudo sólo tenía un período de luto. Éste duraba entre seis meses a un año, pero era de su discreción cuando volver a casarse.
Podía continuar su vida normal y continuar trabajando.
Su traje debía ser de un género oscuro, su sombrero adornado con una cinta de crepe y también debía usar una banda de crepe en el brazo.
Tiempo de Luto
El tiempo de luto dependía de la relación con el difunto. Las viudas podían dejar el luto después de dos años, pero era de mejor gusto usar medio luto por seis meses más después de ese tiempo.
Para niños que perdieron a sus padres o viceversa el periodo era de un año. Para abuelos y hermanos, seis meses; para tíos y tías, dos meses; para tíos y tías abuelas, seis semanas y para primos, cuatro semanas.
Viudas de mayor edad frecuentemente permanecían en luto por largos períodos, incluso hasta el fin de sus días.
Cuando las personas terminaban su duelo y querían reintegrarse a la sociedad, debían dejar tarjetas a sus amigos y conocidos, para avisar que podían recibir y hacer visitas.
Supersticiones
-No se debía ir a un funeral embarazada.
-Los espejos se cubrían por que existía la creencia de que el espíritu del difunto quedaba atrapado en él.
-Si el difunto llevaba una buena vida, florecerían flores en su tumba, por el contrario si había sido malo, sólo maleza crecería.
-Detener el reloj en la habitación donde ocurrió el fallecimiento o sino traería mala suerte.
-No usar nada nuevo al funeral, especialmente zapatos.
-Si llueve sobre el cadáver, el difunto se irá al cielo.
En la actualidad, estas costumbres nos pueden parecer pretenciosas y exageradas.
La procesión funeraria, velos negros y vestidos de luto, con su rígido protocolo para la dama, cinta negra en el brazo del caballero, cortinas cerradas en el hogar, corona en la puerta con cintas de crepe, parecen innecesarias. Pero estas prácticas llevadas a cabo en los hogares del siglo XIX por la familia en duelo expresaban el cariño y el deseo de mantener viva la memoria del difunto y darle un sentido de inmortalidad.
El fin de una Era
En 1901, después de la muerte de la Reina Victoria se da comienzo al periodo Eduardiano. En parte el mundo se sacó el luto con su fallecimiento.
La moda cambió y las mujeres ya no tenían que regirse por los estrictos códigos de la etiqueta Victoriana.
Fuente: Lorelei c.l.
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Pi pu píííu!
Sobre mí
Re: El luto victoriano
Me ha encantado!, había leído antes en alguna ocasión cosas sobre el luto pero, no todo tan exhaustivo, me ha encantado el detalle de detener los relojes, me imagino a la persona encargada, con gesto compungido y mirada baja, parando relojes por toda la casa. La imágen tendría que tener una fuerza estremecedora!!.
Eso si, yo tenía entendido que las plañideras eran ya contratadas en los entierros de la época griega no?
Eso si, yo tenía entendido que las plañideras eran ya contratadas en los entierros de la época griega no?
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"El crimen no era lo que me hacían, o cómo me hacían sentir. El crimen era que me importase lo que los demás pensaran de mí"
Grunge. Gen 13
Elizabeth Anne Montgomery- Admin
- Mensajes : 3514
Fecha de inscripción : 25/02/2010
Edad : 43
Localización : Más allá del frío norte...
Re: El luto victoriano
Sí, las plañideras eran uno de los trabajos más demandados en la época greco- romana. ¡Lo que no tenía ni idea era de que ya los romanos comenzaron a usar el negro en sus entierros!.
Maravillosa explicación, Raisah. No es solo la información, sino la manera que tienes de contar las cosas y de intercalar imagenes. ¡Se hace todo tan próximo y entendible!.
Me ha pasado lo mismo que a Lizz, a pesar de conocer un poco del luto victoriano, eran muchas las cosas que desconocía, como los periodos que existían para una mujer (para el hombre, como siempre, todo era mucho más sencillo), el ritual de detener los relojes (¡qué bonito gesto! es tan romántico), de no estrenar nada nuevo en señal de pena, de enterrarse los domingos,... y por supuesto, no hay duda de que los panteones y sepulcros victorianos son soberbios; puro arte en el silencio.
Maravillosa explicación, Raisah. No es solo la información, sino la manera que tienes de contar las cosas y de intercalar imagenes. ¡Se hace todo tan próximo y entendible!.
Me ha pasado lo mismo que a Lizz, a pesar de conocer un poco del luto victoriano, eran muchas las cosas que desconocía, como los periodos que existían para una mujer (para el hombre, como siempre, todo era mucho más sencillo), el ritual de detener los relojes (¡qué bonito gesto! es tan romántico), de no estrenar nada nuevo en señal de pena, de enterrarse los domingos,... y por supuesto, no hay duda de que los panteones y sepulcros victorianos son soberbios; puro arte en el silencio.
Lady Áyden Norwich- Admin
- Mensajes : 3633
Fecha de inscripción : 26/02/2010
Localización : Cruzando océanos de tiempo
Joyas para el luto
EL LUTO EN LA SOCIEDAD ROMÁNTICA
Las demostraciones que se hacen para manifestar la aflicción que se experimenta por la muerte de alguien comenzaron a generalizarse en la cultura latina, católica y protestante, a partir de las primeras décadas del siglo XIX. Por entonces, el sentimiento, el duelo y la muerte se convirtieron en asuntos de máxima actualidad, y como tales fueron cantados por los poetas, recogidos en las novelas, representados en pintura y escultura y también captados por las primeras cámaras fotográficas. Esos temas, junto con el amor, se tornaron en la quintaesencia del espíritu romántico, que fue haciéndose cada vez más universal a medida que avanzaba la centuria.
El clima general estaba, por lo tanto, especialmente predispuesto para hacerse eco de todo lo relacionado con la muerte, aunque en esos decenios la clase social que se mostró más permeable a tal actitud fue la emergente burguesía europea.
En 1861 se producen en Inglaterra dos hechos determinantes que convirtieron al luto en protagonista absoluto de la vida social: en primer lugar tuvo lugar la muerte de la reina madre, a la que siguió, muy pocos meses después, la del príncipe Alberto, esposo amantísimo de la reina Victoria. Como consecuencia de estas defunciones, la corte inglesa en general se sumió en un riguroso luto, situación que en el caso específico de la soberana se iba a prolongar durante décadas, hasta su muerte acaecida en 1901. Así pues, siguiendo las pautas establecidas por la doliente reina Victoria, durante la segunda mitad del siglo XIX se estableció en toda Europa la costumbre de adoptar una imagen externa específica cuando moría un miembro de la familia.
Por otro lado, a la expansión del fenómeno del luto fuera del ámbito europeo también contribuyó, y mucho, la Guerra Civil Americana o Guerra de Secesión (1861-1865). Ambos acontecimientos convirtieron el luto en algo tan cotidiano y tan extendido como la propia muerte.
La sociedad decimonónica, en la que adquirió carta de naturaleza el duelo, fue la máxima expresión de la rigidez y de la inmovilidad. Todas las costumbres sociales estaban reguladas por una estricta normativa o etiqueta; de ahí la gran cantidad de manuales de urbanidad que, principalmente en la segunda mitad de la centuria, se publicaron en toda Europa.
Por supuesto, el luto no permaneció al margen de estos códigos de comportamiento. Así, en un manual español fechado en 1885 leemos:
En esta escueta respuesta se condensan algunas de las más importantes cuestiones del tema que nos ocupa. En primer lugar se pone de relieve que el duelo ha de prolongarse más allá del entierro del difunto. Además, en tales circunstancias es obligatorio cuidar la apariencia externa, evidenciada tanto por la gravedad de la conducta como por el vestido de luto, que constituye la forma más evidente de “guardar el decoro”, expresión decimonónica por excelencia que ensalza el comportamiento con arreglo a la propia condición social de cada sujeto. No cabe duda de que el decoro se presuponía con mayor énfasis en la mujer que en el hombre, de manera que el duelo y, como consecuencia, el vestido de luto quedó ligado inexcusablemente a los miembros femeninos de la familia. En el caso de los hombres, la normativa fue, por diversas razones, aplicada y exigida con mucho menor rigor.
Junto con la burguesía (que buscaba emular las costumbres de las clases dominantes y que podía hacerlo gracias al aumento de su poder adquisitivo), la revolución industrial que se produjo en Occidente durante la segunda mitad del siglo XIX, originó, entre otras muchas cosas, el nacimiento de la moda como fenómeno a gran escala; es decir, la industria había alcanzado un nivel de desarrollo que le permitía fabricar cada vez mayor número de bienes a menor precio, y ofrecía constantemente productos nuevos, diferentes por completo a los elaborados antes.
Así pues, los fabricantes de novedades comenzaron a ofrecer todo un repertorio de elementos para cumplir con los requisitos de un vestido de luto decoroso, una indumentaria que, por supuesto, también estaba sometida a los dictados de la moda: era obligado llevar largos velos de crespón negro y vestidos de bombacina, un tejido mate que mezclaba lana y seda; también los guantes, los sombreros, las sombrillas, los abanicos o los pañuelos de mano debían ser negros. Por su parte, los hombres usaban botones de luto para el ojal de la solapa y cadenas de color negro para llevar el reloj.
La oferta cubría también las necesidades del período que seguía al del luto más riguroso, el denominado “alivio” o “medio luto”, durante el cual se permitía la introducción, en pequeñas dosis, de colores como el gris, el blanco o el morado, así como de discretos elementos decorativos.
Los elementos para cumplir la etiqueta del luto eran innumerables, pero la industria estaba en condiciones de fabricarlos y las clases sociales más favorecidas en condiciones de adquirirlos. Así pues, las últimas décadas del siglo XIX pueden considerarse el período cumbre del vestido de luto.
En esta situación jugaron un importante papel las revistas ilustradas, que mostraban las novedades, y el comercio, agente que distribuía lo que la industria suministraba. Tanto los grandes almacenes como los establecimientos más pequeños dedicaron al luto la atención que merecía y que no era precisamente escasa.
En París estaba situado el mayor emporio francés dedicado a esta especialidad: la “Grand Maison de Noir” (“La gran casa del negro”), y los ingleses denominaron a los comercios del ramo “Maisons de Deuil” ( “Casas del duelo”). Las etiquetas de prendas y accesorios, así como las que se disponían en la parte exterior de las cajas, se hicieron eco con muchísima frecuencia de esta lucrativa especialización. Este tipo de publicidad convivió durante algunas décadas con los anuncios insertados en la prensa diaria y en las revistas, que fueron los que más se prolongaron en el tiempo.
LUTO Y ADORNO
Entre todas las prendas y adornos que se utilizaron para configurar la imagen de decoro que la etiqueta exigía, las joyas constituyen un capítulo importante. En el período que nos ocupa, las aconsejadas durante el luto debían ser, por supuesto, de color negro. Esta obligación modificaba de algún modo “las frivolidades” de épocas anteriores (1835-1860), cuando se puso de moda lucir collares, pendientes, pulseras, colgantes y todo tipo de recuerdos realizados con pelo del difunto.
El negro riguroso ganó la batalla en este campo, de manera que los tres materiales más utilizados durante la segunda mitad del siglo XIX para adornar el luto fueron de ese color: el azabache (que era muy caro y de lujo por su fragilidad como por su escasez; nunca llegó a generalizarse), la ebonita y el vidrio.
La elaboración de estos adornos se caracteriza por el uso de moldes en el proceso, un sistema que facilitó la repetición de manera muy conseguida de piezas. Se fabricaron collares formados por cuentas sencillas, esféricas u ovaladas, pero mucho más característicos del momento fueron los collares compuestos por cadenas. Éstas pueden presentar eslabones circulares, ovales, hexagonales o en forma de ocho. Siguiendo la moda dominante en la joyería europea de la segunda mitad de siglo XIX, suelen incorporar un colgante central abridero, oval, circular o en forma de corazón, que cumplía las funciones de portarretratos o de estuche para guardar recuerdos (sobre todo, pelo, pero también fotografías) de la persona querida.
Además de este repertorio de relicarios adaptado a nuevos usos, con ebonita también se fabricaron numerosos tipos de cruces (utilizadas como colgante o como alfiler), broches, pendientes, pulseras y cadenas para el reloj.
Los motivos decorativos son mayoritariamente de carácter naturalista (flores, frutos y elementos vegetales), además de otros como corazones o manos femeninas sosteniendo diversos objetos. En este sentido, hay que hacer mención expresa al lenguaje de las flores, un código entonces en plena vigencia y como tal utilizado en todos los ámbitos de la sociedad porque era comprendido por todos. Es frecuente, por ejemplo, que en las joyas figure la rosa cortada, alusión a la muerte: si se trata de un capullo, representa la muerte de un niño, mientras que, si está abierta por completo, simboliza la muerte de un adulto. Otras flores muy utilizadas en estas joyas son el pensamiento, la siempreviva, la nomeolvides, la margarita, etc. Por otro lado, no hay que olvidar el gran peso específico de los símbolos tradicionales del cristianismo, como el ancla, la cruz, la palmera, etc., comunes por lo demás en la práctica totalidad de los ámbitos propios del duelo, por ejemplo en los cementerios.
Broche y pulsera (h.1870).
Ya hemos señalado que la clase social que utilizó con más frecuencia las joyas en los períodos de luto fue la burguesía. Este grupo emergente también se dejó seducir por la fotografía, que nos ha dejado innumerables imágenes de mujeres vestidas de luto o de medio luto, luciendo joyas.
Bibliografía:
Mª Antonia Herradón: Pieza del mes Junio 2008. Texto íntegro.
Las demostraciones que se hacen para manifestar la aflicción que se experimenta por la muerte de alguien comenzaron a generalizarse en la cultura latina, católica y protestante, a partir de las primeras décadas del siglo XIX. Por entonces, el sentimiento, el duelo y la muerte se convirtieron en asuntos de máxima actualidad, y como tales fueron cantados por los poetas, recogidos en las novelas, representados en pintura y escultura y también captados por las primeras cámaras fotográficas. Esos temas, junto con el amor, se tornaron en la quintaesencia del espíritu romántico, que fue haciéndose cada vez más universal a medida que avanzaba la centuria.
El clima general estaba, por lo tanto, especialmente predispuesto para hacerse eco de todo lo relacionado con la muerte, aunque en esos decenios la clase social que se mostró más permeable a tal actitud fue la emergente burguesía europea.
En 1861 se producen en Inglaterra dos hechos determinantes que convirtieron al luto en protagonista absoluto de la vida social: en primer lugar tuvo lugar la muerte de la reina madre, a la que siguió, muy pocos meses después, la del príncipe Alberto, esposo amantísimo de la reina Victoria. Como consecuencia de estas defunciones, la corte inglesa en general se sumió en un riguroso luto, situación que en el caso específico de la soberana se iba a prolongar durante décadas, hasta su muerte acaecida en 1901. Así pues, siguiendo las pautas establecidas por la doliente reina Victoria, durante la segunda mitad del siglo XIX se estableció en toda Europa la costumbre de adoptar una imagen externa específica cuando moría un miembro de la familia.
Por otro lado, a la expansión del fenómeno del luto fuera del ámbito europeo también contribuyó, y mucho, la Guerra Civil Americana o Guerra de Secesión (1861-1865). Ambos acontecimientos convirtieron el luto en algo tan cotidiano y tan extendido como la propia muerte.
La sociedad decimonónica, en la que adquirió carta de naturaleza el duelo, fue la máxima expresión de la rigidez y de la inmovilidad. Todas las costumbres sociales estaban reguladas por una estricta normativa o etiqueta; de ahí la gran cantidad de manuales de urbanidad que, principalmente en la segunda mitad de la centuria, se publicaron en toda Europa.
Por supuesto, el luto no permaneció al margen de estos códigos de comportamiento. Así, en un manual español fechado en 1885 leemos:
“-¿Qué tiempo han de durar los lutos?
- La costumbre más general es: de un año o dos por los esposos, padres e hijos; seis meses al menos por abuelos y hermanos; tres por tíos o sobrinos, y uno por parientes más distantes. En esos plazos y en los aniversarios, el porte ha de estar en armonía con el vestido, pues choca ver con algaraza y broma, o en toros y diversiones, a los que visten de luto riguroso”.
En esta escueta respuesta se condensan algunas de las más importantes cuestiones del tema que nos ocupa. En primer lugar se pone de relieve que el duelo ha de prolongarse más allá del entierro del difunto. Además, en tales circunstancias es obligatorio cuidar la apariencia externa, evidenciada tanto por la gravedad de la conducta como por el vestido de luto, que constituye la forma más evidente de “guardar el decoro”, expresión decimonónica por excelencia que ensalza el comportamiento con arreglo a la propia condición social de cada sujeto. No cabe duda de que el decoro se presuponía con mayor énfasis en la mujer que en el hombre, de manera que el duelo y, como consecuencia, el vestido de luto quedó ligado inexcusablemente a los miembros femeninos de la familia. En el caso de los hombres, la normativa fue, por diversas razones, aplicada y exigida con mucho menor rigor.
Junto con la burguesía (que buscaba emular las costumbres de las clases dominantes y que podía hacerlo gracias al aumento de su poder adquisitivo), la revolución industrial que se produjo en Occidente durante la segunda mitad del siglo XIX, originó, entre otras muchas cosas, el nacimiento de la moda como fenómeno a gran escala; es decir, la industria había alcanzado un nivel de desarrollo que le permitía fabricar cada vez mayor número de bienes a menor precio, y ofrecía constantemente productos nuevos, diferentes por completo a los elaborados antes.
Así pues, los fabricantes de novedades comenzaron a ofrecer todo un repertorio de elementos para cumplir con los requisitos de un vestido de luto decoroso, una indumentaria que, por supuesto, también estaba sometida a los dictados de la moda: era obligado llevar largos velos de crespón negro y vestidos de bombacina, un tejido mate que mezclaba lana y seda; también los guantes, los sombreros, las sombrillas, los abanicos o los pañuelos de mano debían ser negros. Por su parte, los hombres usaban botones de luto para el ojal de la solapa y cadenas de color negro para llevar el reloj.
La oferta cubría también las necesidades del período que seguía al del luto más riguroso, el denominado “alivio” o “medio luto”, durante el cual se permitía la introducción, en pequeñas dosis, de colores como el gris, el blanco o el morado, así como de discretos elementos decorativos.
Los elementos para cumplir la etiqueta del luto eran innumerables, pero la industria estaba en condiciones de fabricarlos y las clases sociales más favorecidas en condiciones de adquirirlos. Así pues, las últimas décadas del siglo XIX pueden considerarse el período cumbre del vestido de luto.
En esta situación jugaron un importante papel las revistas ilustradas, que mostraban las novedades, y el comercio, agente que distribuía lo que la industria suministraba. Tanto los grandes almacenes como los establecimientos más pequeños dedicaron al luto la atención que merecía y que no era precisamente escasa.
En París estaba situado el mayor emporio francés dedicado a esta especialidad: la “Grand Maison de Noir” (“La gran casa del negro”), y los ingleses denominaron a los comercios del ramo “Maisons de Deuil” ( “Casas del duelo”). Las etiquetas de prendas y accesorios, así como las que se disponían en la parte exterior de las cajas, se hicieron eco con muchísima frecuencia de esta lucrativa especialización. Este tipo de publicidad convivió durante algunas décadas con los anuncios insertados en la prensa diaria y en las revistas, que fueron los que más se prolongaron en el tiempo.
LUTO Y ADORNO
Entre todas las prendas y adornos que se utilizaron para configurar la imagen de decoro que la etiqueta exigía, las joyas constituyen un capítulo importante. En el período que nos ocupa, las aconsejadas durante el luto debían ser, por supuesto, de color negro. Esta obligación modificaba de algún modo “las frivolidades” de épocas anteriores (1835-1860), cuando se puso de moda lucir collares, pendientes, pulseras, colgantes y todo tipo de recuerdos realizados con pelo del difunto.
El negro riguroso ganó la batalla en este campo, de manera que los tres materiales más utilizados durante la segunda mitad del siglo XIX para adornar el luto fueron de ese color: el azabache (que era muy caro y de lujo por su fragilidad como por su escasez; nunca llegó a generalizarse), la ebonita y el vidrio.
La elaboración de estos adornos se caracteriza por el uso de moldes en el proceso, un sistema que facilitó la repetición de manera muy conseguida de piezas. Se fabricaron collares formados por cuentas sencillas, esféricas u ovaladas, pero mucho más característicos del momento fueron los collares compuestos por cadenas. Éstas pueden presentar eslabones circulares, ovales, hexagonales o en forma de ocho. Siguiendo la moda dominante en la joyería europea de la segunda mitad de siglo XIX, suelen incorporar un colgante central abridero, oval, circular o en forma de corazón, que cumplía las funciones de portarretratos o de estuche para guardar recuerdos (sobre todo, pelo, pero también fotografías) de la persona querida.
Además de este repertorio de relicarios adaptado a nuevos usos, con ebonita también se fabricaron numerosos tipos de cruces (utilizadas como colgante o como alfiler), broches, pendientes, pulseras y cadenas para el reloj.
Los motivos decorativos son mayoritariamente de carácter naturalista (flores, frutos y elementos vegetales), además de otros como corazones o manos femeninas sosteniendo diversos objetos. En este sentido, hay que hacer mención expresa al lenguaje de las flores, un código entonces en plena vigencia y como tal utilizado en todos los ámbitos de la sociedad porque era comprendido por todos. Es frecuente, por ejemplo, que en las joyas figure la rosa cortada, alusión a la muerte: si se trata de un capullo, representa la muerte de un niño, mientras que, si está abierta por completo, simboliza la muerte de un adulto. Otras flores muy utilizadas en estas joyas son el pensamiento, la siempreviva, la nomeolvides, la margarita, etc. Por otro lado, no hay que olvidar el gran peso específico de los símbolos tradicionales del cristianismo, como el ancla, la cruz, la palmera, etc., comunes por lo demás en la práctica totalidad de los ámbitos propios del duelo, por ejemplo en los cementerios.
Broche y pulsera (h.1870).
Ya hemos señalado que la clase social que utilizó con más frecuencia las joyas en los períodos de luto fue la burguesía. Este grupo emergente también se dejó seducir por la fotografía, que nos ha dejado innumerables imágenes de mujeres vestidas de luto o de medio luto, luciendo joyas.
Bibliografía:
Mª Antonia Herradón: Pieza del mes Junio 2008. Texto íntegro.
Lady Áyden Norwich- Admin
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Re: El luto victoriano
impresionante! que cantidad de información sobre el tema!
me ha encantado leerlo, aun que este caso el tema tratado sea poco dado a alegrar
me ha encantado leerlo, aun que este caso el tema tratado sea poco dado a alegrar
Última edición por Bertie el Vie Oct 29, 2010 4:27 pm, editado 1 vez
Bertie- Mensajes : 441
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Re: El luto victoriano
Yo quiero añadir que cuando acaba de morir un familiar, en la calle se ponía paja para que los carros tirados por caballos no hicieran ruido al pasar e incomodaran a la familia.
Es impresionante la cantidad de información recogida. Un muy buen trabajo.
Es impresionante la cantidad de información recogida. Un muy buen trabajo.
Lothwyn Scrom- Mensajes : 100
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Fotografías post- mortem y pragmáticas en el vestido de luto.
He encontrado una página fascinante donde se nos habla del luto victoriano escrita por Jacko. Hay mucha información que ya hemos tratado en este post pero otra que aún no y es a ella a la que me voy a referir. Si quereis leer el texto íntegro, aqui lo podeis encontrar.*
En la época victoriana la muerte formaba parte fundamental de la vida. Era como un evento social inevitable, por eso, se debía establecer cómo actuar cuando la muerte tocaba de la puerta de la casa, que era muy común.
La tasa de mortandad era elevadísima y muy pocos pasaban el año de vida, o llegaban a viejos. La muerte de los niños o de los jóvenes era habitual; la ignorancia respecto al higiene provoco que muchas mujeres murieran dando a luz a sus bebes. Es por eso que surge un arte macabro que era la fotografía post-mortem, un arte subliminal y tenebroso. Era habitual, sobre todo de niños, para tener un recuerdo del ser amado. Se enviaban como agradecimiento o también a los familiares que no pudieran viajar al funeral.
Otra costumbre era que cuando alguien moría, todos los miembros del hogar (incluyendo a los sirvientes) adoptaban el luto. Las cortinas se cerraban y los relojes se detenían al momento del fallecimiento.
La mujer victoriana estaba confinada a su hogar, por lo tanto formaba parte fundamental de la vida social, es por eso que ella era la encargada de que las costumbres fúnebres se llevasen a cabo en su totalidad, para empezar ella debía ser el ejemplo del sufrimiento de la familia, así que se debía empezar por sus vestidos:
1. El color negro era el que mejor representante de el luto Victoriano por que simbolizaba la ausencia de luz. Era un signo inmediatamente reconocible de que un ser querido había pasado a mejor vida.
2. Se conservaba mechones de cabello del difunto y se fabricaban joyas con ellos.
3. Los trajes eran de dos piezas; un corpiño y una falda. La mujer de clase baja podía hacer el traje de algodón o teñir un traje de negro. La de clase media podía elegir entre lana negra, algodón e incluso seda y la de clase alta podía usar la última moda pero siempre en seda o lana de color negro. Los trajes de los niños eran blancos con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Esto se consideraba para aquellos entre los 15 y 17 años (los menores de 15 no usaban luto). Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y podía usar luto riguroso si un familiar moría. La ropa debía ser de género opaco y sin adornos. El rasgo más distintivo de este periodo es el largo velo de crepe negro que llegaba hasta la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete, generalmente de crepe blanco. El bonete se puede adornar con flores y cintas, blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza.
*La página con el texto íntegro puede dañar la sensibilidad del lector debido a las muchas fotografías post- mortem que exhibe, entre ellas, la del emperador Maximiliano de Austria después de su ejecución.
En la época victoriana la muerte formaba parte fundamental de la vida. Era como un evento social inevitable, por eso, se debía establecer cómo actuar cuando la muerte tocaba de la puerta de la casa, que era muy común.
La tasa de mortandad era elevadísima y muy pocos pasaban el año de vida, o llegaban a viejos. La muerte de los niños o de los jóvenes era habitual; la ignorancia respecto al higiene provoco que muchas mujeres murieran dando a luz a sus bebes. Es por eso que surge un arte macabro que era la fotografía post-mortem, un arte subliminal y tenebroso. Era habitual, sobre todo de niños, para tener un recuerdo del ser amado. Se enviaban como agradecimiento o también a los familiares que no pudieran viajar al funeral.
Otra costumbre era que cuando alguien moría, todos los miembros del hogar (incluyendo a los sirvientes) adoptaban el luto. Las cortinas se cerraban y los relojes se detenían al momento del fallecimiento.
La mujer victoriana estaba confinada a su hogar, por lo tanto formaba parte fundamental de la vida social, es por eso que ella era la encargada de que las costumbres fúnebres se llevasen a cabo en su totalidad, para empezar ella debía ser el ejemplo del sufrimiento de la familia, así que se debía empezar por sus vestidos:
1. El color negro era el que mejor representante de el luto Victoriano por que simbolizaba la ausencia de luz. Era un signo inmediatamente reconocible de que un ser querido había pasado a mejor vida.
2. Se conservaba mechones de cabello del difunto y se fabricaban joyas con ellos.
3. Los trajes eran de dos piezas; un corpiño y una falda. La mujer de clase baja podía hacer el traje de algodón o teñir un traje de negro. La de clase media podía elegir entre lana negra, algodón e incluso seda y la de clase alta podía usar la última moda pero siempre en seda o lana de color negro. Los trajes de los niños eran blancos con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Esto se consideraba para aquellos entre los 15 y 17 años (los menores de 15 no usaban luto). Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y podía usar luto riguroso si un familiar moría. La ropa debía ser de género opaco y sin adornos. El rasgo más distintivo de este periodo es el largo velo de crepe negro que llegaba hasta la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete, generalmente de crepe blanco. El bonete se puede adornar con flores y cintas, blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza.
*La página con el texto íntegro puede dañar la sensibilidad del lector debido a las muchas fotografías post- mortem que exhibe, entre ellas, la del emperador Maximiliano de Austria después de su ejecución.
Lady Áyden Norwich- Admin
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Re: El luto victoriano
Fascinante, aunque a alguien pueda parecerle extravagante. Es más, a día de hoy todavía se ven ciertos gestos, "anacrónicos" a ojos de muchos, en muchísimos pueblos y villas de este pais. "Hermana muerte", que decía San Francisco de Asís...
lorena- Mensajes : 1553
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Re: El luto victoriano
LA MORTALIDAD INFANTIL EN EL ROMANTICISMO:
Antes de la Ilustración, el concepto de infancia no estaba claramente delimitado, coincidiendo con una escasa preocupación social por la vida del niño de períodos anteriores. De este modo, para la mayoría de los grupos sociales, éste era considerado por sus educadores como un adulto en miniatura o como un ser incontrolado, casi salvaje, al que había que inculcar por la fuerza unas reglas de sociabilidad. Pero a mediados del siglo XIX las clases medias comienzan a tomar conciencia de la existencia de la infancia como un período privilegiado de la existencia. Los niños dejan de permanecer al margen de la vida cotidiana de los adultos y comienzan a convivir con sus padres de una manera más natural y cercana. Al mismo tiempo, la toma de conciencia acerca de su inocencia y vulnerabilidad les lleva a considerar a sus hijos como un preciado tesoro al que han de cuidar, atender y proteger. No ocurre así entre las clases populares, destinadas a trabajar duro desde la infancia y en las que el niño, mano de obra barata y sumisa, no disfrutó realmente de esta etapa de la vida como tal hasta bien entrado el siglo XX.
Este cambio cobra especial sentido en una época de elevada mortalidad infantil, debida, entre otras causas, a las enfermedades (tisis, escarlatina, difteria, diarrea infantil…) y a la deficiente asistencia médica, a la falta de higiene y de cuidados, así como a la pobreza vinculada a unas condiciones de vida insalubres. Es precisamente la lucha contra la mortalidad infantil la que poco a poco fue logrando la toma de conciencia del valor de la infancia. Para ello, trataron de mejorarse las condiciones de los alumbramientos, que en aquella época solían acontecer en casa; se buscaron alternativas al abandono de los hijos ilegítimos mediante la creación de centros de acogida para las madres adolescentes que, despedidas de sus empleos, se veían forzadas a abandonar a sus hijos en penosas condiciones; se luchó contra el infanticidio; trató de mejorarse la higiene; se impusieron controles a la industria alimentaria, etc.
En ese primer momento de la existencia era crucial el papel de las nodrizas, llegando a ser especialmente populares las de la Vega de Pas, pero para la importante crianza de los príncipes e infantes, las comitivas regias las seleccionaron en muy distintas provincias y comarcas españolas. Lo esencial era que cumpliesen los requisitos legalmente regulados para ser nodriza en Palacio, los cuales afectaban también al marido, que entre otras cosas debía ocuparse en el cultivo de la tierra, y a los padres de la nodriza. Por su parte, ésta debía cumplir ciertas condiciones individuales respecto a sus caracteres físicos, morales e intelectuales. La Instrucción fijada por los médicos a mediados del siglo XIX fue minuciosa, y nos parece interesante reproducir aquí un extracto de la misma para comprender el grado de pormenor de estas exigencias:
Pese al extremado celo con el que se buscaba a las perfectas amas de Cámara y de retén, Isabel II vio morir a varios de sus hijos. Aún así, la importancia del rol de las nodrizas en la Corte era indiscutible, y ha quedado reflejada en la galería de retratos que de ellas, con los respectivos niños de la Familia Real, dejó Bernardo López Piquer, la mayoría de ellos conservados en el Alcázar de Sevilla. También Federico de Madrazo retrató a doña Agustina Larrañaga, la nodriza de la Chata. Del mismo modo, llama la atención que estas mujeres posasen con la Familia Real en los retratos fotográficos de entonces como un miembro más de ella.
Sin embargo, el recurso a las nodrizas estaba únicamente al alcance de unos pocos. En las clases populares, las madres trabajadoras, no pudiendo alimentar a sus hijos, los dejaban al cuidado de otras personas que los alimentaban con lo que tenían a su alcance, frecuentemente biberones de leche de mala calidad y sin esterilizar, lo que convertía a estos objetos en un verdadero caldo de cultivo de microbios. En Francia terminó prohibiéndose el uso y la fabricación del biberón de tubo, pues si bien descargaba a la nodriza, provocaba enfermedades intestinales en los bebés y dio lugar a no pocas muertes. No obstante, gracias a Pasteur, a partir de 1888 los aparatos esterilizadores mejoraron la conservación de la leche y la limpieza de los biberones y tetinas.
Pero hasta llegar a estas y otras mejoras y adelantos, hubieron de morir muchos niños. Y en el contexto de la que Torres González denomina muerte “familiar”, se siente ahora el dolor por la pérdida del hijo como nunca antes se había sentido, en parte porque la elevada tasa de mortalidad invitaba a no tener demasiado apego a estos pequeños seres. Pero el afanado cariño y el atento cuidado que comienza a conferírseles a partir de la Ilustración, y especialmente ya en el siglo XIX, conlleva el estrechamiento de la relación entre padres e hijos hasta el punto de que, al ser truncada por la parca, deja a aquéllos sumidos en un amargo sufrimiento. En general, se acepta mejor la muerte propia, como una consecuencia de la vida, que la de los seres queridos; y el duelo, antes contenido y frío, pasa a ser una abierta manifestación de la aflicción causada por la pérdida, más aún cuando se trata de seres tan vulnerables como los niños.
En estas circunstancias, la religión continúa siendo un recurso para afrontar con resignación la enfermedad y la muerte del ser querido, con el que se espera un reencuentro en la otra vida. Al mismo tiempo, el deseo de tenerle cerca y su recuerdo inspiran el nuevo culto de tumbas y cementerios en los siglos XIX y XX. El consuelo católico que suponía la certeza de la bienaventuranza del difunto se ve superado por el sufrimiento y la dificultad de asumir la muerte de los seres queridos, generando en sus familias un deseo de retener en el mundo terrenal una muestra de parte de la esencia de la persona a la que han perdido. De esta forma, trataba de compensarse la pérdida mediante el recuerdo, ya fuese a través de mechones de cabello o joyas de pelo, o bien mediante máscaras funerarias o retratos que permitían la pervivencia de los difuntos en la memoria de los vivos.
En particular, las máscaras mortuorias, que ya se realizaban con anterioridad en el seno de familias acomodadas, continúan encargándose en esta época aunque ahora, en lugar de destinarse a lugares públicos, se velan en la intimidad familiar.
Al mismo tiempo, se utiliza una iconografía simbólica de la entrada del difunto en el más allá, por ejemplo mediante la representación del Espíritu Santo bajo forma de paloma que sobrevuela la cabeza del retratado, o mediante la ascensión al cielo del difunto en brazos de un ángel.
Fuente: Pieza del mes del Museo del Romanticismo. Octubre 2012. Isabel Ortega Fernández. Texto íntegro aqui: http://museoromanticismo.mcu.es/web/archivos/documentos/piezames_octubre_2012.pdf
Antes de la Ilustración, el concepto de infancia no estaba claramente delimitado, coincidiendo con una escasa preocupación social por la vida del niño de períodos anteriores. De este modo, para la mayoría de los grupos sociales, éste era considerado por sus educadores como un adulto en miniatura o como un ser incontrolado, casi salvaje, al que había que inculcar por la fuerza unas reglas de sociabilidad. Pero a mediados del siglo XIX las clases medias comienzan a tomar conciencia de la existencia de la infancia como un período privilegiado de la existencia. Los niños dejan de permanecer al margen de la vida cotidiana de los adultos y comienzan a convivir con sus padres de una manera más natural y cercana. Al mismo tiempo, la toma de conciencia acerca de su inocencia y vulnerabilidad les lleva a considerar a sus hijos como un preciado tesoro al que han de cuidar, atender y proteger. No ocurre así entre las clases populares, destinadas a trabajar duro desde la infancia y en las que el niño, mano de obra barata y sumisa, no disfrutó realmente de esta etapa de la vida como tal hasta bien entrado el siglo XX.
Este cambio cobra especial sentido en una época de elevada mortalidad infantil, debida, entre otras causas, a las enfermedades (tisis, escarlatina, difteria, diarrea infantil…) y a la deficiente asistencia médica, a la falta de higiene y de cuidados, así como a la pobreza vinculada a unas condiciones de vida insalubres. Es precisamente la lucha contra la mortalidad infantil la que poco a poco fue logrando la toma de conciencia del valor de la infancia. Para ello, trataron de mejorarse las condiciones de los alumbramientos, que en aquella época solían acontecer en casa; se buscaron alternativas al abandono de los hijos ilegítimos mediante la creación de centros de acogida para las madres adolescentes que, despedidas de sus empleos, se veían forzadas a abandonar a sus hijos en penosas condiciones; se luchó contra el infanticidio; trató de mejorarse la higiene; se impusieron controles a la industria alimentaria, etc.
En ese primer momento de la existencia era crucial el papel de las nodrizas, llegando a ser especialmente populares las de la Vega de Pas, pero para la importante crianza de los príncipes e infantes, las comitivas regias las seleccionaron en muy distintas provincias y comarcas españolas. Lo esencial era que cumpliesen los requisitos legalmente regulados para ser nodriza en Palacio, los cuales afectaban también al marido, que entre otras cosas debía ocuparse en el cultivo de la tierra, y a los padres de la nodriza. Por su parte, ésta debía cumplir ciertas condiciones individuales respecto a sus caracteres físicos, morales e intelectuales. La Instrucción fijada por los médicos a mediados del siglo XIX fue minuciosa, y nos parece interesante reproducir aquí un extracto de la misma para comprender el grado de pormenor de estas exigencias:
«Condiciones individuales. Caracteres físicos.- 1.º Temperamento sanguíneo. 2.º Constitución vigorosa. 3.º Falta de todo predominio bilioso, nervioso y uterino. 4.º Estatura mediana. 5.º Carnes consistentes. 6.º Buena conformación. 7.º Rostro agradable y simpático. 8.º Color moreno claro. 9.º Ojos pardos, no muy oscuros. 10 Pelo castaño oscuro. 11. Dientes y encías sanos. 12. Los incisivos y caninos estarán completos. 13. Si falta alguna muela, averiguar la causa. 14. Ningún mal olor ni en la boca ni en la nariz. 15. Transpiración sin olor repugnante. 16. Carencia completa de erupciones cutáneas y de cicatrices en cualquier región del cuerpo. Caracteres morales.- 1.º Carácter dulce y apacible. 2.º Tranquilidad habitual del ánimo.
Caracteres intelectuales.- 1.º Es suficiente un buen sentido común. 2.º Inteligencia y cuidado en las ocupaciones domésticas».
Pese al extremado celo con el que se buscaba a las perfectas amas de Cámara y de retén, Isabel II vio morir a varios de sus hijos. Aún así, la importancia del rol de las nodrizas en la Corte era indiscutible, y ha quedado reflejada en la galería de retratos que de ellas, con los respectivos niños de la Familia Real, dejó Bernardo López Piquer, la mayoría de ellos conservados en el Alcázar de Sevilla. También Federico de Madrazo retrató a doña Agustina Larrañaga, la nodriza de la Chata. Del mismo modo, llama la atención que estas mujeres posasen con la Familia Real en los retratos fotográficos de entonces como un miembro más de ella.
Sin embargo, el recurso a las nodrizas estaba únicamente al alcance de unos pocos. En las clases populares, las madres trabajadoras, no pudiendo alimentar a sus hijos, los dejaban al cuidado de otras personas que los alimentaban con lo que tenían a su alcance, frecuentemente biberones de leche de mala calidad y sin esterilizar, lo que convertía a estos objetos en un verdadero caldo de cultivo de microbios. En Francia terminó prohibiéndose el uso y la fabricación del biberón de tubo, pues si bien descargaba a la nodriza, provocaba enfermedades intestinales en los bebés y dio lugar a no pocas muertes. No obstante, gracias a Pasteur, a partir de 1888 los aparatos esterilizadores mejoraron la conservación de la leche y la limpieza de los biberones y tetinas.
Pero hasta llegar a estas y otras mejoras y adelantos, hubieron de morir muchos niños. Y en el contexto de la que Torres González denomina muerte “familiar”, se siente ahora el dolor por la pérdida del hijo como nunca antes se había sentido, en parte porque la elevada tasa de mortalidad invitaba a no tener demasiado apego a estos pequeños seres. Pero el afanado cariño y el atento cuidado que comienza a conferírseles a partir de la Ilustración, y especialmente ya en el siglo XIX, conlleva el estrechamiento de la relación entre padres e hijos hasta el punto de que, al ser truncada por la parca, deja a aquéllos sumidos en un amargo sufrimiento. En general, se acepta mejor la muerte propia, como una consecuencia de la vida, que la de los seres queridos; y el duelo, antes contenido y frío, pasa a ser una abierta manifestación de la aflicción causada por la pérdida, más aún cuando se trata de seres tan vulnerables como los niños.
En estas circunstancias, la religión continúa siendo un recurso para afrontar con resignación la enfermedad y la muerte del ser querido, con el que se espera un reencuentro en la otra vida. Al mismo tiempo, el deseo de tenerle cerca y su recuerdo inspiran el nuevo culto de tumbas y cementerios en los siglos XIX y XX. El consuelo católico que suponía la certeza de la bienaventuranza del difunto se ve superado por el sufrimiento y la dificultad de asumir la muerte de los seres queridos, generando en sus familias un deseo de retener en el mundo terrenal una muestra de parte de la esencia de la persona a la que han perdido. De esta forma, trataba de compensarse la pérdida mediante el recuerdo, ya fuese a través de mechones de cabello o joyas de pelo, o bien mediante máscaras funerarias o retratos que permitían la pervivencia de los difuntos en la memoria de los vivos.
En particular, las máscaras mortuorias, que ya se realizaban con anterioridad en el seno de familias acomodadas, continúan encargándose en esta época aunque ahora, en lugar de destinarse a lugares públicos, se velan en la intimidad familiar.
Al mismo tiempo, se utiliza una iconografía simbólica de la entrada del difunto en el más allá, por ejemplo mediante la representación del Espíritu Santo bajo forma de paloma que sobrevuela la cabeza del retratado, o mediante la ascensión al cielo del difunto en brazos de un ángel.
Fuente: Pieza del mes del Museo del Romanticismo. Octubre 2012. Isabel Ortega Fernández. Texto íntegro aqui: http://museoromanticismo.mcu.es/web/archivos/documentos/piezames_octubre_2012.pdf
Lady Áyden Norwich- Admin
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Re: El luto victoriano
Interesante, gracias :-)
Mr. Alexander Huddleston- Mensajes : 142
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