Sobre la infancia, el hogar y la vida en familia de la clase media europea
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Sobre la infancia, el hogar y la vida en familia de la clase media europea
Durante el siglo XIX se amplía la responsabilidad del Estado ante la infancia y se inicia el cambio hacia la concepción moderna que hoy conocemos. Es el siglo en el que los poderes públicos europeos comienzan a preocuparse por los niños como tales, con unas necesidades especiales, y en el que la niñez se considera en adelante como un momento privilegiado de la existencia humana.
A partir del siglo XIX, conocido por las grandes transformaciones, la emergente burguesía se enriquece y accede a un nivel social elevado, consolidándose como grupo alternativo a la nobleza. El nuevo estilo de vida burgués implica un fuerte control de los sentimientos y de las acciones, pese a que no es tan visible como el que predominaba en las clases nobiliarias. Los constantes intercambios sociales imponen nuevas formas de relación y exigen comportamientos regulados. Surgen con fuerza dos esferas diferentes: una, la vida privada, íntima y secreta, que incluía la vida familiar y se desarrollaba en la casa, y otra, la vida pública, basada en la dinámica de la profesión, que aportaba los recursos económicos y el estatus social.
La familia burguesa es un lugar de afectos entre sus miembros que buscan y toleran los intercambios de ternura. Su máxima preocupación es la educación de los hijos, en los que depositan sus esperanzas para el progreso de la comunidad. Es objeto de todo tipo de inversiones: de la afectiva, la económica, la educativa y la existencial. Como heredero, el hijo es el porvenir de la familia, su imagen proyectada y soñada, su modo de luchar contra el tiempo y la muerte.
La familia se considera en este periodo un asunto de orden nacional, de salvaguardia de la moralidad social. La crianza de un hijo no consistió tanto en dominar su voluntad como en formarle, guiarle por el buen camino, enseñarle a adaptarse, socializarle. La mayoría de los niños estaban en manos de padres y sirvientes que confiaban en la sabiduría, los hábitos y las supersticiones tradicionales. Las corrientes intelectuales de la época apoyan la iniciativa individual que invitaba a las madres a renunciar a los placeres mundanos para gozar de las alegrías derivadas del cuidado de los hijos, y a los padres a jugar con ellos y observar su desarrollo sin que ello menoscabase su dignidad. La primera infancia es asunto de mujeres en todos los medios sociales, y está feminizada: niños y niñas llevan ropa similar hasta los tres o cuatro años y se mueven entre las faldas de su madre o de alguna niñera. Muy débilmente institucionalizada, la educación primaria también es una tarea de las madres, incluido el aprendizaje de la lectura, aplicándose con tanto empeño cuanto más se valora el lugar del niño, con lo que también desarrollan un enorme deseo de educación.
Las diferencias sociales y sexuales de la educación se hacen sentir con la edad. Las madres tienen una responsabilidad mucho mayor cuando se trata de sus hijas y asumen un papel conservador para asegurar la continuidad de la familia. Entran en escena los padres, al menos con respecto a sus hijos, cumpliendo a veces oficio de preceptores en los medios burgueses. Hacia finales de siglo, como consecuencia del aumento de la riqueza de la clase media europea y con la independencia de las mujeres, resurge la costumbre del cuidado de los hijos a cargo de las amas de cría.
Los escritos de la época se refieren al hogar como el núcleo familiar del que emergen los valores y virtudes. Cabe la hipótesis de una relativa unidad en Europa en cuanto al modo de vida burgués y de las formas de habitación de los tipos arquitectónicos del siglo XIX. En los siglos anteriores era costumbre enviar a los niños nacidos en las ciudades al campo para que los criasen allí. Sin embargo, durante esta centuria se impone la tendencia de que estos pasaran la mayor parte del tiempo en el hogar. La presencia de los hijos produjo un cambio en la intimidad que se transpone a la especialización del espacio doméstico. Los padres compartían su dormitorio con los niños pequeños, pero los mayores dormían ya en habitaciones separadas.
Progresivamente se fue reservando una pequeña parte de la casa, una estancia propia con reglas bien definidas, territorio dedicado a la educación de los hijos. Los niños ingleses se criaban normalmente en un cuarto especial y a cargo de una nodriza, el aya inglesa, que, por lo general, era soltera. El sistema inglés creaba unos lazos entre niños y ayas que duraban toda la vida. A diferencia de Inglaterra, en países como Francia, Alemania y España, los sirvientes no estaban especializados y los niños pasaban más tiempo con los padres. El paseo de la familia en los domingos y días de fiesta conferían a estas relaciones un carácter más amable y espontáneo. Tampoco llegaron a la especialización de la casa victoriana con un espacio aislado del resto, aunque sí se definió el dormitorio infantil que, en algunos casos, podía hacer la función de cuarto de juegos, también utilizado por las mujeres para coser, escribir o charlar con las amigas íntimas.
Solía presentar un itinerario independiente del resto de las dependencias, a través del que se podía llegar a esas habitaciones sin necesidad de perturbar las actividades de los adultos.
Bibliografía: Laura González Vidales. Pieza del mes abril 2010. Museo del Romanticismo. Texto íntegro: AQUI.
A partir del siglo XIX, conocido por las grandes transformaciones, la emergente burguesía se enriquece y accede a un nivel social elevado, consolidándose como grupo alternativo a la nobleza. El nuevo estilo de vida burgués implica un fuerte control de los sentimientos y de las acciones, pese a que no es tan visible como el que predominaba en las clases nobiliarias. Los constantes intercambios sociales imponen nuevas formas de relación y exigen comportamientos regulados. Surgen con fuerza dos esferas diferentes: una, la vida privada, íntima y secreta, que incluía la vida familiar y se desarrollaba en la casa, y otra, la vida pública, basada en la dinámica de la profesión, que aportaba los recursos económicos y el estatus social.
La familia burguesa es un lugar de afectos entre sus miembros que buscan y toleran los intercambios de ternura. Su máxima preocupación es la educación de los hijos, en los que depositan sus esperanzas para el progreso de la comunidad. Es objeto de todo tipo de inversiones: de la afectiva, la económica, la educativa y la existencial. Como heredero, el hijo es el porvenir de la familia, su imagen proyectada y soñada, su modo de luchar contra el tiempo y la muerte.
La familia se considera en este periodo un asunto de orden nacional, de salvaguardia de la moralidad social. La crianza de un hijo no consistió tanto en dominar su voluntad como en formarle, guiarle por el buen camino, enseñarle a adaptarse, socializarle. La mayoría de los niños estaban en manos de padres y sirvientes que confiaban en la sabiduría, los hábitos y las supersticiones tradicionales. Las corrientes intelectuales de la época apoyan la iniciativa individual que invitaba a las madres a renunciar a los placeres mundanos para gozar de las alegrías derivadas del cuidado de los hijos, y a los padres a jugar con ellos y observar su desarrollo sin que ello menoscabase su dignidad. La primera infancia es asunto de mujeres en todos los medios sociales, y está feminizada: niños y niñas llevan ropa similar hasta los tres o cuatro años y se mueven entre las faldas de su madre o de alguna niñera. Muy débilmente institucionalizada, la educación primaria también es una tarea de las madres, incluido el aprendizaje de la lectura, aplicándose con tanto empeño cuanto más se valora el lugar del niño, con lo que también desarrollan un enorme deseo de educación.
Las diferencias sociales y sexuales de la educación se hacen sentir con la edad. Las madres tienen una responsabilidad mucho mayor cuando se trata de sus hijas y asumen un papel conservador para asegurar la continuidad de la familia. Entran en escena los padres, al menos con respecto a sus hijos, cumpliendo a veces oficio de preceptores en los medios burgueses. Hacia finales de siglo, como consecuencia del aumento de la riqueza de la clase media europea y con la independencia de las mujeres, resurge la costumbre del cuidado de los hijos a cargo de las amas de cría.
Los escritos de la época se refieren al hogar como el núcleo familiar del que emergen los valores y virtudes. Cabe la hipótesis de una relativa unidad en Europa en cuanto al modo de vida burgués y de las formas de habitación de los tipos arquitectónicos del siglo XIX. En los siglos anteriores era costumbre enviar a los niños nacidos en las ciudades al campo para que los criasen allí. Sin embargo, durante esta centuria se impone la tendencia de que estos pasaran la mayor parte del tiempo en el hogar. La presencia de los hijos produjo un cambio en la intimidad que se transpone a la especialización del espacio doméstico. Los padres compartían su dormitorio con los niños pequeños, pero los mayores dormían ya en habitaciones separadas.
Progresivamente se fue reservando una pequeña parte de la casa, una estancia propia con reglas bien definidas, territorio dedicado a la educación de los hijos. Los niños ingleses se criaban normalmente en un cuarto especial y a cargo de una nodriza, el aya inglesa, que, por lo general, era soltera. El sistema inglés creaba unos lazos entre niños y ayas que duraban toda la vida. A diferencia de Inglaterra, en países como Francia, Alemania y España, los sirvientes no estaban especializados y los niños pasaban más tiempo con los padres. El paseo de la familia en los domingos y días de fiesta conferían a estas relaciones un carácter más amable y espontáneo. Tampoco llegaron a la especialización de la casa victoriana con un espacio aislado del resto, aunque sí se definió el dormitorio infantil que, en algunos casos, podía hacer la función de cuarto de juegos, también utilizado por las mujeres para coser, escribir o charlar con las amigas íntimas.
Solía presentar un itinerario independiente del resto de las dependencias, a través del que se podía llegar a esas habitaciones sin necesidad de perturbar las actividades de los adultos.
Bibliografía: Laura González Vidales. Pieza del mes abril 2010. Museo del Romanticismo. Texto íntegro: AQUI.
Lady Áyden Norwich- Admin
- Mensajes : 3633
Fecha de inscripción : 26/02/2010
Localización : Cruzando océanos de tiempo
Re: Sobre la infancia, el hogar y la vida en familia de la clase media europea
Muy interesante, gracias :-)
Re: Sobre la infancia, el hogar y la vida en familia de la clase media europea
Interesante, lady Ayden, gracias :-)
Mr. Alexander Huddleston- Mensajes : 142
Fecha de inscripción : 18/01/2013
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